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Ayer fue 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Un día que nos invita a reflexionar sobre un colectivo que ocupa más del 50% de la población mundial: las mujeres. Actores clave de nuestro entramado social, han sido utilizadas en múltiples contextos, y la ... política no queda fuera de ello. Por eso hoy queremos traer a estas líneas un tema que une la campaña electoral y la realidad femenina: la reforma de la ley del 'solo sí es sí'.
Y la verdad es que mucho hemos escuchado desde que comenzó a gestarse esta ley, que tenía como propósito principal poner el consentimiento en el centro de la discusión. La ecuación sería simple: debería haber consentimiento para que un acto sexual sea considerado legítimo. Obvio, pero... ¿qué hace que una voluntad sea buena? Habrá que releer a Kant. Pero el eslogan del 'solo sí es sí', que parecía muy bonito ante los titulares de la maquinaria mediática, fue rápidamente oscurecido por una catarata de rebaja de condenas bajo el principio constitucional de 'in dubio pro reo'.
Se desarrollaron muchas críticas al respecto: no podemos dejar de preguntarnos, por ejemplo, cómo habiendo tantos juristas en el Gobierno, y habiendo pasado por tantos trámites en su diseño, validación y tramitación, ningún experto en la materia pensó que, si no se dejaba claro en una disposición transitoria qué hacer para su aplicación en el caso de situaciones ya juzgadas, la ley caería en un estado de ambigüedad y pasaría a depender de la libre interpretación de los jueces, guiados por su leal sentido y deber (como no puede ser de otro modo, pero que deja bastante que desear en situaciones tan delicadas como la violencia sexual). Estamos hablando de una dejación irresponsable de –valga la redundancia– responsabilidades y obligaciones por parte de los miembros del Gobierno y también las mayorías que en el Parlamento aprobaron la ley.
Una reflexión al respecto: no se puede pensar en leyes que reformen el Código Penal y que traten sobre un tema tan importante para hacer propaganda política con eslóganes dignos de una buena campaña de marketing. Y con esto no queremos responsabilizar solamente al Ejecutivo: la ley fue utilizada por todos los partidos de todos los espectros y colores políticos, a favor y en contra, con el fin de conseguir un titular en las noticias.
¿Y quiénes asumen el costo de todo este vaivén? Las que deberían estar protegidas por la ley misma, las mujeres. No solamente aquellas que son víctimas de esos abusadores que vieron reducidas sus condenas, sino también todas las que deben convivir a diario con el manoseo discursivo de una sociedad que les dice cómo debe ser la violación para que sea denunciable.
Sin embargo, la discusión sigue girando en torno a las penas reducidas. Ante la hostil situación, la parte socialista del Gobierno inició el martes la tramitación de una reforma que promete reparar aquellos puntos ciegos de la actual ley. Podemos se atrincheró en la bancada del Gobierno y acusó al PSOE de «traición al feminismo». Lo cual es un claro signo de no ser limpios con la verdad, así como incapacidad para reconocer sus propios errores, por mucho que su voluntad inicial fuera hacer cara a un discurso machista apoyado por una parte de la sociedad y por ciertos medios masivos. Para tratar la reforma, mal que mal, el PSOE ha buscado apoyo en los partidos de derecha, que se mantienen agazapados en busca de un espacio para poder acusar a los grupos progresistas de odiar a los hombres.
Como afirmaba Platón, el arte de gobernar es complejo: no es la misión de un político agradar al pueblo, sino que su tarea debe centrarse en forzar a sus ciudadanos a ser mejores, convencerlos de ello. Por eso mismo las leyes no pueden ser neutras: están cargadas de convicciones morales, de qué sociedades queremos, de qué conductas toleraremos y cuáles no. Si la ley del 'solo sí es sí' generó consecuencias negativas, no se debería hacer demagogia con ella, sino reparar aquellas situaciones en las que su aplicación resultó controversial, apoyar a las verdaderas víctimas y trabajar en un instrumento jurídico que haga sentir a las mujeres libres de vivir en sociedad. Ni hablar de que educar a la población en el consentimiento debería ser una materia obligatoria.
Ante tanta sinrazón, el PSOE ha vuelto a demostrar que es un partido central y de Estado, enmendándose y echando un pulso a sus socios, haciendo acopio de las cuatro virtudes cardinales: templanza en la tempestad avivada por la campaña electoral; prudencia para mantener el frágil equilibrio del Gobierno; fortaleza frente a quienes practican la política de tierra quemada; y justicia para proteger los intereses de las víctimas y de todos los ciudadanos. ¿Los otros habrían hecho lo mismo?
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