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Vivimos un tiempo rápido y feroz, como afirma María Guardiola; mucha gente tiene que tragarse sus palabras. Un mundo donde la desigualdad está aceptada como natural, y el poder se reparte de forma asimétrica, concentrándose en unos cientos la capacidad de toma de decisiones y ... el destino de millones. Un tiempo de guerras y conflictos, sin final aparente, al menos en el corto o medio plazo. Un tiempo donde lo sólido ha desaparecido, para dar paso a aquello que Zygmunt Bauman llamó «modernidad líquida», donde todo lo conocido y seguro se diluye. Es el mundo donde nos tocó vivir: un mundo donde no queda muy claro cuál es el papel de cada uno y ya no hay seguridades con respecto a que pasara en el futuro.
Y justamente en diez días los españoles estarán depositando su futuro en las urnas. Los debates poco dejaron de analizar: no hubo grandes sorpresas, tanto Sánchez como Feijóo dieron el discurso que se esperaba de ellos. Las declaraciones de las fuerzas minoritarias, por otro lado, sí se lucieron: Abascal utilizó las redes sociales para descalificar con agravios tanto al presidente como al líder de la oposición, acusándolo de pactar con el PSOE. Sumar –Yolanda Díaz– por otro lado, con un mensaje más constructivo, creyendo en una segunda vuelta y apostando a su candidatura, con un discurso muy orientado a la construcción de la España del futuro.
Sin embargo, las discusiones de los españoles muchas veces parecen estar limitadas a la añoranza del pasado. Hoy vivimos en guerra con una Rusia imperial muy segura de su afán expansivo, que una vez creímos poder integrar y hoy amenaza con destruir todos nuestros valores. Vivimos en tensión con una China expansionista, con ganas de consolidarse como uno de los grandes líderes mundiales y cada vez con más recursos para hacerlo. Vivimos en una Europa amurallada, temerosa de todo lo extranjero, con tasas de envejecimiento cada vez más preocupantes, mientras en África y América Latina crece una juventud con ganas de comerse el mundo. Un mundo que ya no gira en torno al Atlántico, sino que vuelve a tener su eje en el Pacífico, como ocurrió durante miles de años.
Del otro lado del charco, los países enfrentan serias crisis debido a fenómenos globales. En Uruguay se vive una de las peores sequías de la historia sin infraestructura, con agua salada saliendo de los grifos y con un país completo que se quedara sin agua apta para el consumo en cuestión de días. Un país que, sin embargo, allá por 2004, fue el primero en nombrar un derecho humano básico. Su expresidente Pepe Mujica, en lugar de acusar al gobierno actual –su oposición– salió a asumir la responsabilidad compartida, afirmando que «nos dormimos todos» y admitiendo que en su momento se decidió aplazar la construcción de una represa que hoy solucionaría el problema porque elevaba los riesgos macroeconómicos y subía el déficit fiscal, un gran problema para los países latinoamericanos.
¿Por qué en los países de Europa es más difícil que esto suceda? ¿Qué es lo que diferencia a España de Uruguay o de cualquier país de América Latina, sobre todo en momentos de crisis? La vecindad. España puede permitirse el gasto en semejantes obras de infraestructura y pensar en el futuro gracias a iniciativas como los fondos europeos, el manejo conjunto de la macroeconomía y un gran salvavidas en caso de crisis.
Hoy España debe plantearse seriamente qué modelo de país se está jugando en estas elecciones: uno integrado en una Europa con un plan estratégico de desarrollo a los próximos 20 años con objetivos y metas claras y medidas para hacerlo posible, que se plantea continuar en el mapa mundial llevando su historia y sus valores al mundo, siendo ejemplo y modelo de democracia y convivencia de todos los pueblos. Donde ser europeo no se define por el color de piel o por la nacionalidad sino por estos valores compartidos que se orientan a crear un mundo menos desigual. O bien una España aislada, con todo lo que eso conlleva, nostálgica de volver a reivindicar principios que en este mundo ya no existen más que en la mente de sus predicadores. Diez días para dejar de mirar con nostalgia hacia atrás, si no para reflexionar sobre lo que ya hemos vivido, lo que se viene y cómo queremos que sea. Nosotros, siempre preferimos y –recomendamos– mirar para adelante.
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