Secciones
Servicios
Destacamos
Lo que nos hace humanos son nuestras diferencias. Somos diversos: mujeres u hombres, jóvenes o mayores, de izquierdas o de derechas, más cultos o más incultos... Y somos diversos con sus graduaciones y combinaciones. Y es que toda mezcla es positiva.
Es infantil creer que ... la vida son dicotomías excluyentes, tesis o antítesis, bueno o malo (y lo nuestro, obviamente, es lo bueno y normal). La gran divergencia entre nuestra cultura europea (y la tradición grecorromana cristiana) y las culturas asiáticas orientales está en que mientras nosotros los europeos todavía vemos la realidad enfrentada en posiciones incompatibles (lo bueno versus lo malo, yo contra ti, los nacionales versus los extranjeros...), ellos consideran que en toda cara A hay siempre un pedazo de cara B. El yin y yang taoísta, lo 'oscuro' y lo 'brillante', dos conceptos que permiten representar dos fuerzas opuestas, pero –al mismo tiempo– complementarias e interconectadas. Según esta idea, cada ser, objeto, pensamiento... posee un complemento del que depende para su existencia y que a su vez existe dentro de sí mismo, por lo que no lo puedo ni debo anular, pues si lo anulo me anulo a mí mismo. Los que aún seguimos enamorados de nuestra 'media naranja' entendemos perfectamente el sentido profundo de esta afirmación.
La diversidad es el mejor ejemplo de esta complementariedad. Nadie es lo que es por sí mismo (eso se llamaba antes el pecado de la soberbia), sino por lo que hace para y con los demás. El servicio a los demás implica la aceptación de la complementariedad y también el abandono de la superioridad moral. Otro pecado, o vicio, o 'defectillo' que hemos olvidado: la desmesura del orgullo, la arrogancia, la 'hibris' griega, esto es, el desprecio temerario al espacio y las razones de los demás, ese sentimiento violento de pasiones exageradas que pretende comerse al otro, a la manera del dios Saturno comiéndose a sus hijos del famoso cuadro de Goya.
Todo aquel que no acepta que su existencia se la debe a los demás, todo aquel que cree que él (o ella) está por encima de los demás, todo aquel que desprecia la radical diversidad humana, nos tememos que peca de orgullo, arrogancia, estulticia y soberbia (como poco).
Y es que uno sólo sabe quién es y para qué está en este breve lapso entre dos eternidades cuando respeta radicalmente todas las diferencias humanas. Por eso, cuando vemos a personas con capacidades diferentes (por su edad, o su condición física o mental) intentando hacer su vida con la mejor de sus intenciones y fortalezas, debemos alegrarnos. Pienso en los que no hace tantos años se etiquetaban como minusválidos, discapacitados y otras lindezas; pienso en aquellos que llamamos 'tercera edad', olvidando que lo que son ellos ahora lo seremos nosotros en menos que canta un gallo.
Ninguna persona se define por lo que le falta (que a lo mejor no es tanto, o es mejor no tenerlo), sino por lo que puede hacer con lo que tiene. Como en la parábola de la multiplicación de los panes y los peces, tenemos que fijarnos en lo esencial: lo importante no es lo que posees, poco o mucho, sino lo mucho o poco que haces con lo que tienes. Podemos tener muchos talentos, muchas riquezas provenientes de herencias de nuestros mayores, o no tener nada más que nuestra mísera y pobre persona; lo esencial es qué haces con ello: ¿te lo quedas para ti sin compartirlo, o intentas saciar a los más, aunque ninguno quede completamente satisfecho? Pues bien, esto es lo que nos enseñan las personas con capacidades diferentes a las nuestras: con lo que tienen hacen milagros, mientras otros se permiten el lujo de despreciar lo mucho que poseen e incluso despilfarrarlo.
Las personas que son diferentes a nosotros, cuya normalidad es distinta, nos hacen más humanos, porque nos recuerdan que no somos lo que queremos ser sino lo que decidimos ser con lo mucho o poco que tenemos y compartimos. Bonito discurso y también bella aspiración.
Quiera Dios que nunca nos encontremos a gente cuya razón de ser sea anular a los demás, aunque viendo la deriva de nuestra sociedad en los últimos años, pareciera que alguna gente se empeña en lo contrario. Recordemos que todos somos culturalmente españoles y, como decían los griegos, toda la cultura proviene de un invento llamado conversación.
Por cierto, el protagonista de la película 'El maestro que prometió el mar' no pudo cumplir con su promesa porque una bala apagó su vida. ¿Hemos aprendido algo? ¿Y ahora qué hacemos? ¿Colgamos de los pies a Sánchez? ¿Levantamos muros frente a los millones de españoles que han votado a Vox o Junts o Bildu? Por favor, conversemos o algún día nos arrepentiremos. ¿Queda alguien leyendo este último párrafo? Por si acaso, gracias.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.