Secciones
Servicios
Destacamos
Ser de izquierdas y defender lo que piensas cuando te interpelan no es fácil. Pareciera que no compartir a pies juntillas los mantras del relato conservador es un acto de alta traición, ignorancia o, simplemente, un acto de terrorismo, como diría el juez Manuel García- ... Castellón. Los espíritus es lo que tienen: nos hacen perder la individualidad y aceptar el «Síseñor» (o «Síseñora», que el conformismo no tiene género).
Algunos seguimos sentados en un banco cualquiera, de una estación cualquiera, observando cómo desenganchan algunos vagones. No añoramos de dónde venimos ni nos gusta adónde vamos y, sin embargo, miramos impacientes el reloj, inexorable sobre todo para los que no tienen billete.
Probablemente sea cierto que solo existe una vía, que la estación que nos espera a todos sea la misma: la fría y negra estación Término. Pero si no queremos ser tragicómicos, podemos recordar a la ínclita Margaret Thatcher, con su 'There is no alternative' de 1984. En esa apurada certidumbre de que no hay alternativa, todo está atado y bien atado, tonto el que no aplauda... y demás frases hechas se conforma un discurso uniforme, plano, que pretende evidenciar que no existen –ya no existen– diferencias entre izquierdas y derechas, que las ideologías han muerto. De su aclamada muerte ha nacido un nuevo demiurgo que ordena nuestra existencia: objetivo, aséptico, exacto y centrista («haga como yo y no se meta en política»). No se trata de que nos guste o no el discurso. El proselitismo de sus fieles no trata de convencernos de sus bondades, sino de su inevitabilidad y –por qué no decirlo– su predestinación calvinista. Como inevitables serían sus designios, en los que, obviamente, perderían los mismos que han perdido siempre: los sin techo, sin trabajo, sin papeles; siempre los nada. Es el gran culto que pretende hacerse universal desde sus tribunas, sus universidades, sus bancos... Sin nadie que les haga frente, porque las ideologías han muerto, como si la nueva Eva ultraliberal, nacida de la costilla del capitalismo más agresivo, no fuera sino eso, superchería ideológica de los mejor situados. También quien podría hacerles frente no lo hace, porque se ha creído una pequeña o gran mentira. Los perdedores siempre serán los otros, no yo. Al creer que tu bienestar está asegurado –'porque yo lo valgo'–, no sabemos si es un autoengaño o una creencia estúpida (o ambas cosas).
Si la historia universal, diría Borges, es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas (entre ellas, la infamia), el futuro probablemente se pueda definir como las diferentes respuestas que demos al cómo, por qué y –sobre todo– el para qué vivir en comunidad. Esas, quizás, sean las únicas diferencias en la metáfora del viaje común de izquierdas y derechas... Las enormes diferencias.
La respuesta al cómo viajamos constituye el primer dogma de lo que pretende constituirse como pensamiento único.
El que unos viajen en primera y otros hacinados en los vagones de cola es, según la tesis de ese pensamiento, consecuencia inevitable de que exista un solo tren y una sola vía. ¿Pero y si que sólo veamos un solo tren y vía es porque quien tenía que hacer doble vía no ha querido hacerla? ¿Y si sólo hay un tren porque nadie quiere pagar más para que nadie tenga menos? La política es eso, amigo (como diría Rato): decidir cómo utilizar los recursos siempre escasos.
El hedor, la falta de higiene, de futuro, de los últimos vagones, nos predican, son ley, como lo son el lujo y las atenciones de quienes viajan junto al maquinista. Ley de un Estado que no es natural, sino fruto de correlaciones de poder entre los instalados y los que no quieren que les desinstalen (antes clase media). Para preservar cualquier desviación, cuentan con sus leyes, sus cuentas bancarias, sus supervisores del buen orden, sus relaciones establecidas en colegios y reuniones familiares, etcétera. Si esa 'ley natural' convierte en insufrible –inútil, improductivo, en su lenguaje– el respirar de los parias del último vagón, no pasa nada, solo exige una pequeña parada para desengancharlo en una estación sin nombre de un paisaje olvidado. Prosigue el viaje sin los desechables (que puedes ser tú, no lo olvides).
Pero su 'como' no es nuestro 'como'. Puede ser que el nuestro no tenga que ver con las leyes divinas o naturales, pero sí vocación de constituirse en normas para los hombres de aquí y del futuro. Normas que faciliten más el arte de convivir que el de ponerse a la delantera.
Hay vagones de cola y de cabecera –circunstancialmente–, pero no admitimos que las diferencias entre quienes viajan en unos u otros vayan del todo a la nada; que porque la máquina ya no necesite carbón, haya que apear del tren a los fogoneros.
Nuestro porqué tampoco tiene que ver con el de la derecha. Viajamos para mantener viva la utopía de que son más importantes los pasajeros que el tren. Que es más importante que viajemos todos a que lleguemos antes.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.