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Como decíamos ayer, es evidente que el ser humano no puede seguir jugando con unas reglas que imponen unos pocos. Devorándonos unos a otros en una esquizofrénica partida de parchís, sin darnos cuenta de que el único beneficiario es el que nos cobra por utilizar ... el tablero.
Un tablero en el que la concentración del poder financiero es cada vez mayor, donde las desigualdades entre ricos y pobres siguen aumentando. En el año 2023 el 10% de la población concentraba el 52% de la riqueza global. El Grupo de los Siete (G7), Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, representa alrededor del 10% de la población mundial y el 45% de la renta nacional bruta mundial. La creciente concentración de la riqueza y el poder económico son un obstáculo para el desarrollo sostenible. Un escenario en el que el ser humano 'ilegal' es más barato, más rentable, no sólo porque su necesidad le obligue a asumir condiciones inadmisibles, sino porque su desesperado esfuerzo deprecia el valor de la mano de obra.
Tenemos que exigir políticas de cooperación y solidaridad con el mundo subdesarrollado o en vías de desarrollo. Por puro egoísmo si quieren. No sólo se degradan las condiciones laborales en los países en que importamos mano de obra, sino que también se traslada la producción a países con mano de obra semiesclava. Si no conseguimos acabar con esas bochornosas escenas, que el liberalismo economicista ha desempolvado, propias del inicio de la revolución industrial, donde niños trabajan en interminables jornadas por salarios de supervivencia, quebrantando todos los derechos, laborales y humanos, no tardará mucho tiempo en que veamos como normales esas escenas en nuestras ciudades. De hecho, ya hemos comenzado a verlas.
No pensemos que la degradación y abaratamiento de los derechos de los otros no nos interpela. Al contrario. En un mundo interconectado, los no-derechos de los demás tarde o temprano nos quitará derechos a 'los de aquí'. Sorprende pensar en la ingenuidad de los que piensan que –por el mero hecho de tener un DNI que certifica que hemos nacido en España y nuestros padres son españoles– tenemos ya un manto protector que impide que nuestras condiciones laborales y personales vayan a peor. Y si no que se lo pregunten a los jóvenes españoles que saben que su única oportunidad de tener una casa en propiedad es heredándola de sus padres (hay una cruel paradoja: nuestros hijos van a ser más 'ricos' que nosotros, primero porque son menos que otras generaciones a heredar, y segundo porque sus padres les vamos a dejar más riqueza, pues nos hemos beneficiado durante años de impedirles que ocupen en igualdad de condiciones nuestros puestos de trabajo...).
Los Derechos Humanos son universales, pero su actualización y puesta en marcha depende de lo que hacemos en cada generación para que sean reales y tengan un impacto práctico en la mejora de la vida y el bienestar. Nos olvidamos muchas veces de que tenemos derechos porque nuestros padres, abuelos y bisabuelos no los tuvieron y lucharon para conseguirlos. Y no cualquier cosa, sino derechos iguales para todos y del mismo valor.
Un pensador inglés, utópico, socialista, editor, filántropo, renacentista en pleno siglo XIX (un tipo muy, muy curioso), William Morris, pronunció una conferencia que luego transformó en texto: 'La Era del Sucedáneo'. Morris se preguntaba cómo era posible que aceptáramos versiones reducidas y de ínfimo valor de cosas, ideas, proyectos y derechos, sucedáneos, en suma: aquello que tiene apariencia y parecido con el original, pero es más barato, de menor calidad y menos valioso que aquello que pretende reemplazar.
Vivimos en una era en que votar listas cerradas se llama democracia, tener un contrato parcial fijo discontinuo se equipara a ser indefinido, hacerte un selfi en una playa abarrotada pretenden vendértelo como el culmen de la sofisticación, comer fruta sin olor ni sabor es lo último en gusto culinario, que tu coche tenga más plástico que carrocería lo más 'cool', volar emparedado a bajo costo la mejor forma de ser viajero y conocer mundo, vivir realquilado en 30 metros cuadrados la mejor forma de sentirte libre de ataduras, y tener cientos de miles de 'amigos' en redes sociales mucho mejor que poder dialogar físicamente con alguien a quien le guste escucharte.
Al final, parece que nos hemos acostumbrado a apreciar el gato como si fuera liebre. Y también nos hemos acostumbrado a desvalorizar los derechos, restringiéndoselos a los de allí y aquí, bajando su valor para todos, convirtiéndolos no en guía de la acción política, sino en mero mercadeo para obtener votos... ¡Y vamos a más!... si antes no paramos esta locura.
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