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El escritor Xavier de Maistre pasó 6 semanas del año 1794 bajo arresto domiciliario. Su condición de noble le libró de cumplir esta reclusión forzosa en un calabozo, de modo que estuvo todos esos días en la intimidad de su habitación. En ese escenario, con la compañía intermitente de su criado Joannetti, y el apego dependiente de su perra 'Rosine', escribiría 'Viaje alrededor de mi habitación'. En esas condiciones, completa 42 capítulos donde, más allá de describirnos la disposición de su dormitorio, comparte conjeturas, metafísicas cotidianas. Un vía crucis, en palabras de Lacruz Bassols, que además supone un juego irónico en un período en el que estaban tan en boga los libros de viajes. Frente a aquellas aventuras a imitación de un Grand Tour exótico y sobreactuado, De Maistre ofrece un viaje que prescinde de lo exterior como fuente de su trama.
Estoy lejos de intentar una imitación burda de la obra de aquel escritor. Ni mucho menos. Sin embargo, por defecto vocacional, pienso en las posibilidades de la autoetnografía en mitad (en algún lugar) de la cuarentena en la que estamos. Una propuesta que me parece muy interesante. Una metodología de investigación cualitativa en la que el investigador 'maneja' información privilegiada: se trata de una experiencia vivida por el propio individuo, donde participa de manera activa –no solo ha sido un observador participante– de un acontecimiento que considera relevante analizar. Desde esta propuesta, el investigador social se interesará por comprender cómo los individuos identifican, ordenan y confieren un sentido determinado a sus experiencias. Un diario de campo en el que el propio etnógrafo participa, experimenta la situación que trata de analizar con herramientas que trasciendan la opinión y den valor a su trabajo.
Ya escribí algo con pretensiones auto-etnográficas sobre mi experiencia como reponedor en el aeropuerto de Oslo. En aquella ocasión fui al mismo tiempo inmigrante, doctorando en una universidad española, estudiante de noruego, compañero de piso con otros españoles, dependiente en la sección de vinos del aeropuerto. Un juego de máscaras que, en definitiva, explicaba la modulación que adquiría con la intención de influir en las personas y los espacios que ocupaba: la impresión que quería que mis compañeros tuvieran de mí; mi esmero por atender a los clientes (esmero exagerado cuando un compañero con experiencia estaba presente); la selección de amistades con intenciones estratégicas para mejorar mi condición laboral; el esfuerzo por no abandonar mi trabajo de tesis doctoral por si a la vuelta era canjeable en la universidad. Aquella ocasión sí me permitió aventurarme en este espacio de la etnografía de uno mismo. Esta vez reconozco que lo que ofrezco es más bien un arranque de diario. La obligación que me impongo de llevar esto más allá de una ocurrencia. Ahí van las anotaciones en crudo:
Día 1. Tomo conciencia de la gravedad. Pulso con el codo el botón para llamar al ascensor. A los tres minutos de ver el telediario tengo todos los síntomas. Tiro los dos termómetros electrónicos. Me compro uno de galio. Me tomo la temperatura 8 veces. 36.2 de media. Reviso el congelador: tengo comida para dos semanas. Confirmo teletrabajo. Bajo la basura.
Día 2. Empiezo una rutina neurótica de lavado de manos. Agua muy caliente, bastante jabón. Me tomo tres zumos de naranja. Un kiwi por la tarde. Pongo en el televisor el primer capítulo de una serie que intuyo que me va a aburrir. Aguanto 20 minutos. Pongo otra serie. 15 minutos. Las playas están cerradas. Fantaseo con la criogenización. Tengo las manos rojas. Madrileños por el mundo.
Día 4. No podemos evitar ser expansivos, exhibicionistas, ruidosos. Ahora la gente quiere salir a los balcones a cantar, a poner música. Pero, ¿qué necesidad? ¿Qué miedo tenéis a estar en casa leyendo, pensando, cocinando? Ordenando los botes de especias, planchando cortinas. Abro varios libros. Hojeo 'Los premios', 'Sin noticias de Gurb', 'Memorias del subsuelo', '1080 recetas de cocina'. Escucho algunos discos: 'Una semana en el motor de un autobús', 'La leyenda del tiempo'. Pongo un rato a Ernesto Castro en YouTube. Me entero de que Enrique Rubio ha escrito un libro nuevo.
Día 5. Empiezo el teletrabajo. Compruebo que en las dos universidades en las que doy clase funcionan muy bien las alternativas 'online'. Grabo una clase, la cuelgo en el Aula Virtual. Leo artículos. Propongo una práctica al alumnado. Sigo con el zumo de naranja e incorporo la infusión de jengibre y limón en mi rutina. Empiezo a escribir un relato corto para presentarlo al concurso de un pueblo.
Día 7. Todavía no ha llegado este día pero ya lo escribo. Lo imagino parecido al día 4 y casi fotocopia del 12. Empezaré a hacer flexiones y abdominales. Puede que me atreva con el yoga.
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