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La esperanza que todos teníamos puesta en que el calor estival ahuyentase el virus que nos acosa sin piedad desde hace meses se ha volatilizado. El coronavirus se ve que no tiene paciencia y sigue atacando. Los más optimistas aseguran que es más débil que en el invierno y, por lo tanto, resulta más fácil de combatir. Están equivocados. Sigue amenazando en numerosos países de los cinco continentes. Viajar por el mundo en estas circunstancias es un riesgo que castiga a muchas actividades económicas, empezando por el turismo. Es evidente que las medidas adoptadas hasta ahora han evitado que las cifras de contagiados y muertes se multiplicasen. Basta con observar lo que está ocurriendo desde que se relajó la disciplina del confinamiento.
Treinta provincias españolas vuelven a tener focos y en algunas ciudades los hospitales empiezan a rebosar. Aunque seguimos teniendo normas para evitar su expansión, no son suficientes: continúan conviviendo grupos sin cuidar las instrucciones de seguridad, seguimos viendo las barras de los bares abarrotadas... Hasta el uso de las mascarillas no todos lo respetan. Todos los días vemos o escuchamos noticias sobre avances en la búsqueda de una vacuna que no se confirman.
Pero, mientras se consigue, todo parece anticipar que tendremos que vivir con esta amenaza. Nadie está libre. Hemos visto como algunos líderes mundiales –Jonhson o Bolsonaro– que minimizaron el peligro acabaron contagiados. En España ahora mismo la situación más preocupante está en Cataluña donde en sus comienzos la propaganda independentista culpaba a España. El Govern ha adoptado decisiones drásticas. Se suspenden todas las fiestas y acontecimientos que reúnan mucho público, los lugares de negocio nocturno quedan clausurados y los propios bares y terrazas cerrarán a medianoche. Mientras tanto, algunos gobiernos extranjeros, como Francia y Bélgica, recomiendan a sus ciudadanos que no viajen a Cataluña. Las fiestas populares tan típicas de esta época en los pueblos serán suspendidas como fueron los sanfermines, las procesiones de Semana Santa o las Fallas.
Y lo mismo, en diferentes y variados niveles: en los Estados Unidos, donde la pandemia, con cuatro millones de contagiados, está causando un desastre sin precedente. Hasta el propio Trump, que se mostraba escéptico, ha tomado una decisión insólita: en contra de su actitud obstinada, al final ha tenido que suspender la Convención Republicana, el mayor acontecimiento político cuatrianual, que estaba anunciada para julio en Jacksonville (Florida), donde espera ser proclamado candidato a la reelección.
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