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Agosto, capital Kabul. Esa es la geografía que nos enseñan estos días los periódicos y los telediarios. Vuelve el burka y el analfabetismo oficial. Ley islámica. Lapidaciones y amputaciones de manos. La destrucción del progreso. El enjaulamiento de la ciencia en favor de la edad ... media. Nos ilustran cada día con esos aviones congestionados, con el pavor de quienes ven acercarse al verdugo casa por casa. Como los viejos cobradores de recibos, solo que estos se cobran las vidas de quienes han visto en Occidente un poco de luz.
Pero Occidente se va. Y dentro de unas semanas habrá otras noticias. La noria sigue y allí vamos, comulgando con el terremoto, la crisis, la hecatombe del momento. Si los talibanes andan con un poco de disimulo, Afganistán pronto volverá al olvido. Las primeras páginas de ahora serán una serpiente de verano. No importa que al llegar el otoño la sangre salga allí por debajo de las puertas. Si lo hace en silencio, si ese país pedregoso no se convierte en asilo y catapulta de terroristas que golpeen a Occidente, la sangre podrá seguir manando con el anonimato de los mataderos. Y la culpa, claro, será de ellos, de los afganos indolentes, o como mucho de los americanos, otra vez repitiendo aquella estampa de Saigón.
Cosas del verano. Como Haití y sus terremotos, como las pateras que siguen naufragando o los menores de Ceuta devueltos no se sabe cómo a Marruecos. A muchos lo que les preocupa es que el presidente Pedro Sánchez atienda a sus reuniones por Zoom en chanclas. Ven en las chanclas la impostura. La verdad no está en la cara de preocupación sino en las chanclas, en ese deseo de acabar cuanto antes la reunión para volver a su estado natural, la piscina, la hamaca. La anécdota elevada a categoría en un país donde aún tenemos que soportar cada día decenas de muertos por la pandemia y donde unos cuantos millones de compatriotas hacen funambulismo entre el paro y los ERTE. Felices tiempos aquellos en los que había que acudir al monstruo del lago Ness para llenar media página del periódico o un par de minutos del informativo. Ahora tenemos al monstruo campando por nuestras calles, invisible, en forma de virus. Poco importa. Una vez acabadas las olimpiadas y antes de que la liga se caldee nos entretenemos con el récord del precio del vatio y el de las temperaturas. También se batirá el récord de palabras de conmiseración por los afganos. Pero no quedarán anotadas en ningun libro Guinness. Son marcas fáciles de batir. El primer soplo del otoño se las llevará como se llevaba al monstruo del lago. Con la naturalidad con que volverán al armario las chanclas del presidente.
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