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Ante la muerte, como ante la vida, el cómo importa más que el qué. No somos (ni dejamos de ser) en tanto qué somos (o ... no), sino en tanto cómo somos (y dejamos de ser). Por eso, aunque como hiciera Epicuro, la muerte podría definirse como la ausencia de vida y, por tanto, de toda sensación, no nos resulta indiferente el modo en que transitamos de una orilla a otra de la laguna Estigia. «Una buena muerte honra toda la vida», escribió Petrarca en el siglo XIV, sabio adagio plenamente vigente setecientos años después.

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