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REBELDÍA MURCIANA ·
Marzo de 2020 puso nuestra vida en suspenso, pero ya estamos en disposición de darle al 'play'Secciones
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REBELDÍA MURCIANA ·
Marzo de 2020 puso nuestra vida en suspenso, pero ya estamos en disposición de darle al 'play'Cuando en marzo de 2020 se paró el mundo casi para siempre la expectativa era de estar no más de dos semanas en casa. Los ... quince días se convirtieron en cien y después las familias grandes no podían salir a pasear juntas porque al parecer al aire libre se iban a contagiar entre sí y en casa hacinados en el salón no.
Hemos vivido todo tipo de disparate democrático y liberticida absurdo, en el que la Policía Nacional colgaba orgullosa vídeos en redes sociales en los que multaba y abroncaba con especial inquina a una señora por sacar a pasear al perro más tarde de las 10 de la noche, cuando el virus mutaba en algo mortal que nos obligaba a montar fiestas dentro de casa en vez de contagiarnos paseando solos por la calle para no incumplir el toque de queda del Gobierno.
En fin, que el disparate era casi obligado porque claro, las vacunas aún no habían llegado y cuando lo hicieran se abrirían las puertas de Israel a su paso. Ni nos íbamos a contagiar más ni nadie iba a morir ni, por supuesto, íbamos a tener que sufrir ninguna restricción más a nuestra libertad porque la ciencia iba a acabar con esta pesadilla que para muchos dirigentes ha resultado ser su mejor sueño.
En ese contexto, incentivar la vacunación parecía lo más razonable. De hecho, al albur de los datos un año después de comenzar el proceso de inoculación hay una evidencia palmaria de que, gracias al compromiso de los españoles, a pesar de que los contagios hayan empeorado más que nunca la presión hospitalaria no ha hecho lo propio en consonancia.
Es fácil adivinar que el pasaporte Covid es mucho más un elemento de presión para forzar la vacunación que una herramienta sanitaria útil. Hay países como Francia o Alemania en los que el porcentaje de población vacunada era ínfimo cuando aquí ya estábamos cerca del 90%. Siendo cierto que el gran problema de la pandemia no es la enfermedad en sí, sino cómo afecta esta a la asistencia del resto de patologías en los hospitales y centros de salud, es normal que los Estados propusieran medidas que incentivaran que sus conciudadanos se protegieran del virus para así cuidar tanto a los que de verdad necesiten UCI por la enfermedad como para los que tengan un accidente de coche y necesiten asistencia que no esté colapsada por neumonías que podían haber sido evitadas.
Pero el contexto de 2020 no es el de 2021, y mucho menos el de 2022. La población aguantó de manera estoica un confinamiento brutal, con unas restricciones sin parangón en el resto del mundo porque había un objetivo y un destino claro: encontrar una vacuna que acabara con la pesadilla. Pero lo cierto es que las dosis llegaron, y con ellas muchísimas personas salvaron su vida, pero otras tantas no. Y la gestión de expectativas era tan alta por culpa de la negligencia del Gobierno para explicarlo que ahora muchos se sienten, con lógica, estafados por una promesa que jamás se pudo cumplir porque nadie estaba en disposición de hacerla efectiva.
Llegamos a un punto en esta pandemia en el que tenemos que ser claros: la Covid es una enfermedad que afecta de manera especial a la población de riesgo y que tiene un factor de transmisión muy alto que puede ser potencialmente peligroso en ciertos individuos. Que las vacunas nos protegen de lo peor ,pero no nos inmunizan, y que aquí contagia desde el que tiene la cuarta dosis hasta el que no se ha acercado a Pfizer ni por error.
Así que hoy, en febrero de 2022, tenemos dos opciones ante el futuro: o agarrarnos como un clavo ardiendo a herramientas coercitivas como el pasaporte Covid permanente, de dosis en dosis hasta que en vez de sangre solo Moderna corra por nuestras venas; o confiar en que las vacunas hicieron su efecto y entender que hay un futuro que nos espera en el que la gente no se saluda con el codo ni se pone mascarillas para pasear solo por el campo.
Marzo de 2020 puso nuestra vida en suspenso, pero ya estamos en disposición de darle al 'play'. Con cautela y con prudencia, pero que no parezca que a algunos les ha gustado más la comodidad de la dictadura social que la incomodidad de la libertad responsable. El debate de siempre, vaya.
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