Vacaciones
REBELDÍA MURCIANA ·
Las redes sociales han consagrado el idealismo de la vida de una forma casi tóxicaSecciones
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REBELDÍA MURCIANA ·
Las redes sociales han consagrado el idealismo de la vida de una forma casi tóxicaHoy es el último domingo de vacaciones de verdad, que el próximo no creo que tengan tiempo para que nos leamos con tranquilidad entre maletas ... y broncas a los niños. La cuenta atrás de la cuenta atrás para volver al colegio, al trabajo o al verdadero descanso que supone volver a la oficina el primer día a, por fin, echar de menos a la familia después de varias semanas de buscar en Google cómo se renuncia a la patria potestad durante un par de días.
Descansar es esencial, pero la desconexión es un ejercicio eminentemente individual aunque se haga en compañía. Cada miembro de la familia o del grupo tiene sus propios intereses y necesidades, y conjugarlos todos a la vez obliga a que necesariamente alguien entienda que sus vacaciones acaban siendo un suplicio: o el niño por tener que ir a la playa cuando en realidad querría estar en la piscina, o el padre por estar bajo la sombrilla y no en el chiringuito, o la madre por ver a ese grupo de amigas pasárselo increíblemente bien mientras ella dedica su tiempo libre a no soportar al prójimo.
En el ámbito paralelo de las vacaciones con amistades el resultado es casi peor. Las redes sociales han consagrado el idealismo de la vida de una forma casi tóxica. Todas las fotos y los vídeos de personas que en la vida real apenas esbozan una sonrisa se han convertido en la quimera de los anuncios de Estrella Damm. Todo el mundo es guapísimo, el estado de felicidad es casi extasiante y los planes son infinitos. Para fortuna de la mayoría, cada vez es más frecuente que en los paseos banales por la playa nos encontremos a un grupo de chicas posando hasta que parezca que la cámara les ha pillado distraídas riéndose para a continuación transición al hacia el rictus de boa constrictor y subir la foto a Instagram para que su depresión se cure proyectando felicidad a golpe de 'likes'. Al menos descubrir el truco nos devuelve a la realidad de constatar que la magia no existe.
El problema de agosto en estas fechas es que llega el punto en el que parece casi obligatorio divertirse: el tiempo libre deja de disfrutarse para uno mismo y comienza a convertirse en un escaparte para los demás. No viajamos a los destinos más exóticos porque nos encante conocerlos, sino porque son los que más están de moda. No nos ponemos morenos como la consecuencia lógica de pasar horas al sol, sino para demostrar un estatus a la vuelta de la playa. No hacemos fotos como recuerdo, las exponemos como trofeo en la competición de quién es más feliz matando de envidia a los demás.
Es la consecuencia lógica de los tiempos que vivimos, pero aparentar cada día es más agotador y que las vacaciones hayan abandonado su condición de tiempo de relajación para convertirse en la proyección de la persona que creemos ser y no de la que en realidad somos es un fracaso colectivo que acaba redundando en que seamos más felices bajo la luz del flexo de la oficina que a 30 grados en calas paradisiacas.
Estamos en la antesala de septiembre y con él del año nuevo escolar que, como siempre, ha marcado el inicio real de un nuevo ciclo para todas las familias. Y como si del momento de las doce uvas se tratase, aquí va mi deseo de nueva vida para todos nosotros: reivindiquen el derecho a aburrirse de vacaciones. Disfruten de tener pocos amigos, incluso de divertirse más viendo una película en casa que en una macrofiesta con 300 personas. Pásenlo bien paseando por la playa o tomando un granizado de limón en Alfonso X, no saliendo de la Región en todo el verano o comprando el libro de moda y la chaqueta de Zara que todo el mundo tiene.
A pesar de lo sumamente difícil que es ser normal hoy en día, es perfectamente válido no disfrutar con lo extraordinario, aburrirse de vacaciones y hasta querer empezar otra vez con esa vida horrorosa que en julio parecía que no iba a acabar nunca.
Vamos, que aunque no sea políticamente correcto decirlo ya ha llegado esa época del año de confesarlo: menos mal que las vacaciones se acaban.
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