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Hace ya varios años que no les hablo en estas páginas sobre la Universidad de Murcia. Quizás haya sido la autocensura por ser mi propia ... casa o por haber salido escaldado de las consecuencias de mi último artículo sobre los botellones. Para los lectores que no lo recuerden, tras mostrar mi opinión sobre el despropósito de tener a la institución organizando macroborracheras semanalmente, recibí nada menos que un manifiesto en contra de mi persona por parte de las delegaciones de alumnos. Esto vino acompañado de una campaña de ataques mostrándome como alguien que estaba en contra de los estudiantes.
Los vergonzosos espectáculos de los botellones desaparecieron con la pandemia. Ya saben que siempre hay cosas positivas incluso en los peores momentos. Aunque mucho me temo que no tardaremos demasiado tiempo en volver a encontrarnos con decenas de jóvenes borrachos por el campus. Lamentablemente, las vergüenzas de la universidad no se acaban con los botellones. Muy alto en esta lista se encuentran los cierres patronales.
Nuestra universidad está financiada de manera casi completa por fondos públicos. Es decir, por sus impuestos y los míos. Aunque sometida al Gobierno regional en cuanto a su financiación, su planificación y gestión se organiza internamente. Lo que la universidad devuelve a la sociedad es un intangible de difícil valoración en los aspectos puramente docentes. Es más sencillo medir el desarrollo en investigación y prestación de servicios. Todas las universidades del mundo se encuentran en una especie de liga por conseguir los mejores estudiantes y ser actores principales en la producción de conocimiento.
La posición de la Universidad de Murcia es ciertamente modesta en un panorama en el que todas las universidades españolas son peores que las de los principales países del mundo. Ya habrán oído que ninguna universidad española está en los primeros 200 puestos. Y nuestra universidad languidece por debajo de más de 800 universidades mejores.
Con estos resultados objetivos, es evidente que la gestión que se ha realizado durante décadas ha sido negativa. Sin duda el contexto de recesión y recortes nos afectó, pero también a los demás. El problema radica en no tener una voluntad por mejorar y conformarse con la comodidad de la mediocridad.
Como en casi todas las empresas humanas, lo más importante de la institución es el talento y el tesón de las personas, desde los estudiantes, profesorado e investigadores al personal de apoyo. No nos falta gente extraordinaria en todas las ramas del saber. Pero tristemente, lo que nos sobra es la indolencia, la burocratización, la falta de objetivos y la homogeneización hacia abajo. Con estas armas, ya imaginan que nos disparamos a nosotros mismos en el pie y avanzamos hacia la casi completa irrelevancia.
Los lectores de este periódico habrán leído un pequeño suelto hace unos días donde se anunciaba el cierre de la universidad en vacaciones y el corte de la climatización en todos los edificios. Era la respuesta a la subida de los precios de la energía. Sin duda, una decisión supongo tan meditada como absurda. Algo así, como muerto el perro, se acabó la rabia. Ante las dificultades, cerramos y listo. Imaginen los lectores, que, ante los problemas de una empresa o una familia, la decisión es cerrar. Eso sí, con la comodidad de que todos los empleados van a seguir cobrando su sueldo sin trabajar. Sin duda, es una propuesta redonda de puertas adentro, que por cierto no ha recibido ni una sola queja de los sindicatos.
Pero desde cualquier otro punto de vista es un desastre. Para los que entienden la casa como un lugar donde hay que cumplir los compromisos, es la debacle. Con dos meses al año de cierre completo y trabas constantes para realizar el trabajo, imaginen lo difícil que resulta competir. Pedir hacer menos desde la propia institución es tan vergonzoso como poner litros de alcohol barato a disposición de los estudiantes. A estos se les contenta con estas bacanales y los cierres parecen satisfacer a la parte del personal menos productivo. Me permito sugerir a las autoridades que apliquen algo bien conocido en otros lares. Apoyen de verdad a quienes levantan cada día la persiana de sus despachos y laboratorios para generar conocimiento y resolver problemas. Ayudar significa dejarles trabajar en unas mínimas condiciones de comodidad, que no son ni 15, ni 29 grados de temperatura. Ayudar significa que las gestiones se hagan rápidamente y no requieran semanas o meses para una firma, al estar las ventanillas internas cerradas. Las matemáticas son muy simples. Si ustedes obligan a restar, el resultado final será una Universidad de Murcia cada vez más mínima.
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