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Ustedes no se acordarán porque son muy jóvenes, pero en las elecciones generales de 2015 tuvimos miedo real de que un tal Pablo Iglesias pudiera ... gobernar. Los murcianos de la derecha real ya le conocían porque era el rojo distópico al que invitaban a las tertulias de los medios conservadores para parecer plurales, y el chico desde el principio era ideológicamente despreciable, pero listo como un conejo, que diríamos por aquí.
Nuestro miedo con él era precisamente que parecía tener el coeficiente intelectual necesario para convertir a propósito nuestra imperfecta España no ya en una Venezuela del momento, que tampoco exageremos, pero sí en algo así como la Grecia de entonces que parecía más la Argentina de los Kischner que la cuna de la civilización occidental reconvertida a democracia europea.
La historia de después la conocen de sobra, pero vamos a hacer un resumen muy sucinto: años liderando de facto la oposición hasta la famosa moción de censura a Rajoy (oh, Mariano, vuelve con nosotros) para convertirse después en vicepresidente del Gobierno y, a pesar del horror del principio y la estupefacción después, resulta que después de años de amenaza sobre conquistar los cielos por asalto y demás eslóganes quinceañeros el máximo cambio que sufrimos los españoles fue tener un ministerio en cuyo nombre aparecía 'Agenda 2030', que ya de por sí es humillante en el entorno comparado pero más allá del bochorno tampoco tiene demasiada trascendencia, que ni ellos mismos saben qué competencias tienen para hacer algo más allá de trufar de pines multicolores a todos los cargos públicos de España.
Los liderazgos mesiánicos como los de Pablo Iglesias tienen un problema de fondo irremediable, que es que la sucesión al trono se aventura un fracaso ya solo como planteado conceptualmente: ¿cómo va a sobrevivir una formación política que nació poniendo la cara del presidente en la papeleta a una renovación de liderazgo provocada por un fracaso electoral tan evidente como el del 4 de mayo en Madrid? Y si además entra en juego la testosterona del macho alfa ya solo queda encender el microondas, meter las palomitas y esperar a que empiece el espectáculo.
Como el varón, que por supuesto es de izquierdas y por tanto machista por concepto, entendía que una sola mujer no estaba capacitada para asumir sobre sus hombros el peso de las responsabilidades que él tenía entonces, dividió el poder entre dos féminas entre las cuales, por cierto, no estaba la madre de sus hijos a la que su dedo divino relegó empero que para no ver cada día en casa aquello que fue y que jamás volverá. Y entonces apareció Yolanda Díaz y se divorció sin avisar, e Ione Belarra, que por si no les suena es ministra y además la líder de Podemos, anunció esta semana que se va a cargar la marca con la que llevan 5 años concurriendo a las elecciones porque se han dado cuenta de que les falta un pequeño detalle que a veces suele ser relevante para obtener representación en los parlamentos: votantes.
En 2014 las Españas temblaban porque la extrema izquierda se iba a apoderar de todas las instituciones públicas e iba a transformar un país próspero en algo muy malo, y ocho años después aquí estamos tomando café leyendo LA VERDAD un domingo cualquiera en el que el país va tan mal como cuando gobiernan los socialistas y tan bien como cuando las instituciones tienen más poder tractor sobre los comunistas que los comunistas sobre las instituciones.
Unidas Podemos ha muerto como concepto porque ni estuvieron nunca unidas ni jamás pudieron hacer nada por transformar España en algo irreconocible, a Dios gracias por ello. Que la peor pesadilla de la gente decente se haya transformado en la realidad en una sucesión de quejas en Twitter y en Yolanda Díaz con un vestuario que ya quisieran poseer las señoras de bien de La Moraleja quiere decir que este país nuestro, tan caótico, tan feliz y tan extraño, no hay podemita o como se vaya a llamar ahora capaz de destruirlo ni aun con la ideología más perniciosa de la historia de la humanidad.
No sé qué nos deparará el futuro de la izquierda, pero por ahora las barricadas han muerto en la moqueta. Lo que un coche oficial no arregle no tiene solución. Larga vida a Galapagar.
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