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Cuando advirtió mi presencia, aquella mirada intensa de tiempos pasados reavivó sus ojos. Frente al mar, enfundado en una gabardina de lana, desde una silla ... de ruedas, aquel anciano de pómulos marcados y piel de pergamino con mil batallas escritas me saludó enarcando las cejas: «Buen día, señor. Usted escribe como 'dentista'. Piensa lo que escribe y escribe lo que piensa. Decepcionado, su inconformismo le trae a pedirme consejo». Me sorprendieron sus dotes deductivas intactas en la ancianidad. Desconcertado, presenté mis respetos. «No se extrañe. Simple deducción a partir de sus escritos estos últimos tres años». Volvió su mirada al mar y cerrando sus ojos prosiguió.
«Implicado en la política de su país, usted pretendió entender el motivo de la infantilización. Para la madurez democrática, consideró alentar el contrapunto frente a la conformidad interna de los partidos. Insuficiente. Pensó en abordar ese problema propio de la condición humana que busca racionalizar, en lugar de razonar, y anhela no ser apartado de la tribu. De ahí, denunció el instrumento preferido por quienes ansían el poder: el relato. Esos marcos para el pensamiento único que confinan la compleja realidad a un mundo sin aristas, manipulable, de bolsillo. Pronto descubrió que suscitar la reflexión mediante análisis racionales resulta insuficiente frente a relatos emocionales capaces de inducir acciones irracionales de la masa». Dio una profunda calada a su pipa.
Era un lúcido resumen de estos tres años. «Temo adonde vamos», musité. Volvió a abrir los ojos y respiró profundamente. «Por supuesto. Recluir la política al plano estético sin rendir cuentas ni razones acaba en caudillismo narcisista, en dictadura. Y una ética posmoderna sin más realidad que el relato, tampoco garantiza escapar de la angustia. Desde una superioridad moral, impone relatos revestidos de valor absoluto que apuntalan totalitarismos por un bien superior, que cancelan la pluralidad y libertad de opinión. Así cavan la tumba de nuestras democracias liberales. Esa es la batalla. El poder autocrático persigue limitar el pensamiento crítico imponiendo marcos lingüísticos; etiquetar para juzgarnos no por nuestros actos sino por quienes dicen que somos. Hasta el siglo XIX las guerras fueron territoriales; en el XX, de mercados y en el XXI, son de relatos». Suspiré y pregunté: «¿Podremos hacer algo?».
«No lo dude. Desde mi punto de vista, nunca fue tan necesario transcender esos planos y cárceles materiales. Somos algo más que materia. Necesitamos crear relatos que ofrezcan luz y rompan aquellos que siembran odio y aniquilan la libertad y todo lo esencialmente humano. ¿No lo nota? Viene un viento del este, un viento que nunca ha soplado tan fuerte. Será frío y crudo y quizá muchos de nosotros nos marchitemos al sentir sus ráfagas». Junto a Sherlock Holmes, enmudecí mirando al mar en nuestro último saludo.
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