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España ha estado dormitando varios meses en el tema de la ayuda a Ucrania y fuentes del Gobierno manifiestan que se va a despertar y ... dejar de hacer el ridículo. Cuesta creerlo.
Nuestro país está en la cola de la asistencia militar o económica a la nación invadida por Rusia. A niveles penosos. Nuestros dirigentes saben, abundantes analistas internacionales lo repiten, que los ucranianos están dando muestras de una resistencia inaudita frente al agresor Putin y que esa sorprendente valentía está sustentada en el armamento que reciben de una treintena de países. Sin las armas cada vez más sofisticadas que envían Estados Unidos, Gran Bretaña y otros gobiernos el heroísmo ucraniano se habría agotado hace tiempo.
Hace días, diplomáticos ucranianos en España hacían declaraciones bastante iluminadoras sobre la decepción que tienen con nuestro Gobierno. Indicaban de nuevo que, sin la ayuda exterior, esto no podría durar. Todo ello me picó la curiosidad y he escarbado en internet para encontrar cifras. Hay un estudio muy interesante del Kiel Institute que clasifica el apoyo dado por 25 países occidentales.
¡Tierra trágame! España ocupa el lugar 25, es decir el último. Algo de lo que avergonzarte si eres español y más aún si has trabajado en la diplomacia. El primero en volumen es, destacadamente, Estados Unidos con 13.000 millones de euros, seguido de Gran Bretaña con 3.000. Si contamos la ayuda en función del PIB de cada país, el primero es Estonia, seguido de Letonia y Polonia, y en esa relación nuestro país aparece orgullosamente el 25, repito, el último. Portugal y Grecia han aportado claramente más que nosotros. Un bochorno.
Si nuestras autoridades no dijeran que España tiene «un compromiso firme que se viene desarrollando desde el principio de la guerra» la situación sería menos chocante pero los hechos son los hechos y, de nuevo, como en nuestros compromisos con la OTAN, somos reacios a rascarnos el bolsillo.
Se podrían encontrar varias razones para esa cicatería española. Una puede ser la presencia en el Gobierno de comunistas y podemitas proclives a que Putin se lleve el gato al agua y a que Estados Unidos patine. Les importa un pimiento el sufrimiento de los ucranianos y su deseo de mantener su independencia.
Otra es que España se ha acostumbrado, más aún con el sanchismo, a hacerse la listilla en gastos de Defensa, en ver cómo Estados Unidos y otros nos sacan las castañas del fuego y, cuando se nos reclama una mayor aportación en cualquier operación, se recurre parcialmente a explicaciones cosméticas o camelistas: «Hemos enviado miles de tiritas y de tarros de yodo y otros tantos pares de botas». Nuestro racaneo en llegar al 2% en gasto en Defensa, estamos en el 0,95 a pesar de nuestro pavoneo en la Cumbre de la OTAN, es un buen ejemplo.
Con todo, yo creo que la razón final, que se incrusta en la anterior, es la que ha apuntado el teniente general Álvarez Espejo: «España, por dejacion presupuestaria, carece de unas Fuerzas Armadas suficientemente equipadas para afrontar con garantías un conflicto de alta intensidad». Por lo tanto, es difícil que «pueda enviar a Ucrania otra cosa que no sea saldos, material obsoleto y vehículos para chatarra», sin correr el riesgo de quedarnos desguarnecidos. El razonamiento del bien informado general es clarificador para el que quiera entenderlo. El penoso sainete de los blindados que íbamos a regalar a Ucrania y que se abortó por ser inservibles confirma la situación descrita valientemente por el general.
Y esto es lo que hay, estos son los bueyes con los que tenemos que arar aunque el Gobierno mire para otra parte. España está incapacitada para intervenir o defenderse en un conflicto de mediana seriedad.
Uno podría entender las estrecheces del Gobierno, pero menos comprensible es que no se ponga remedio a la mayor brevedad. Lo que no se entiende es la sempiterna actitud triunfalista de nuestro presidente. Acude a Ucrania a lucirse ante las cámaras, hace proclamas solemnes de que España estará ahí al pie del cañón, «liderando», como le encanta hacer creer a Sánchez. Luego, tres meses más tarde, descubrimos que somos el farolillo rojo, incluso, fuera de Europa, detrás de Nueva Zelanda y Australia, que están geográficamente en el quinto pino y que podrían argumentar que el problema les resbala. Como me ha dicho un diplomático centroeuropeo: «Si los demás países se comportaran como España, Ucrania se habría tenido que rendir hace cinco meses».
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