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En muchos de nuestros países pasa desapercibido que la actitud de profunda repulsa que nos produce la agresion traidora de Putin a Ucrania no se ... manifiesta en importantes y muy pobladas zonas del globo. En China, en la India, en Sudáfrica, en Pakistán, en Argelia, en México... no se aplaude el ataque brutal de Rusia, pero se hacen malabarismos para no condenarlo.
Tomemos la última resolución de la Asamblea General de la ONU, que se pronunció porque el órgano primordialmente competente de ese organismo estaba maniatado por el veto de Moscú. El examen es para nosotros descorazonador. Solo cuatro países apoyaron a Putin, los facinerosos habituales, es decir, Bielorrusia, Nicaragua, Siria y Corea del Norte, pero 35 se abstuvieron (la ONU cuenta con 194 miembros). 19 de los abstencionistas son africanos que votaron junto a los países más poblados del globo, China, India, Pakistan... amén de Cuba, Vietnam...
Las razones para este tancredismo político son complejas. Hay en los países en vías de desarrollo un resentimiento hacia Occidente, porque varias de las potencias coloniales de principios del siglo XX –Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Portugal, Alemania...– procedían de ese grupo. El imperialismo de los zares cuando Moscú no vacilaba en arrasar zonas cercanas a Rusia, desplazando a cantidades ingentes de personas, implantando en esos territorios colonos rusos, ha sido olvidado. Modernamente, las intervenciones soviéticas en Hungría o Checoslovaquia no han sido debidamente registradas porque coincidían con revueltas coloniales en África o Asia que, al ser realizadas contra países occidentales, eran sistemática y generosamente apoyadas por el Kremlin. Rusia ha podido sacar pecho como gran impulsora del movimiento anticolonialista de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, hasta el punto de que en el discurso que hace un mes Putin pronunció al anexionar cuatro grandes regiones de Ucrania, el líder ruso se jactaba de que estaría siempre en la vanguardia de la lucha anticolonialista («Occidente está dispuesto a cualquier cosa para mantener el sistema neocolonial que le permite ser un parásito que roba a todo el mundo gracias al poder de su tecnología...»).
La propaganda rusa ha funcionado en bastantes zonas del globo alimentada por la antipatía que Estados Unidos aún despierta en la opinión pública de no pocas naciones. Dhruba Jaishankar, un politólogo indio, concluye que «da la impresión al oír algunos comentarios de que Estados Unidos ha invadido Rusia, no que Rusia ha invadido Ucrania».
Resulta sorprendente que países que han sufrido agresiones que les han costado parte de su territorio (pensemos en México al que Estados Unidos le arrebató en una guerra injusta una enorme parte de la tierra heredada de nosotros, Texas, California, Arizona, Colorado...) o que han visto su soberanía limitada por la intervención extranjera (China después de la guerra de los bóxers tan denunciada como humillante por la autoridades de Pekín) no tomen partido ante un caso tan flagrante como el de Ucrania, solo porque los que defienden a este país sean los occidentales y, más en concreto, Estados Unidos. ¿Qué diría el lenguaraz presidente mexicano si Washington quisiera dar otra dentellada a su soberanía o Cuba si Washington quisiera crear otro Guantánamo? ¿Encontrarían normal que no los defendiéramos?
Y ahora entra en escena Lula. Un presidente progresista, preocupado con el desarrollo y el medio ambiente, pero que toma una postura equidistante en el drama ucraniano. Piensa que Zelensky es tan responsable como Putin de lo que está ocurriendo en Ucrania, se permite hacer un comentario irónico sobre el ucraniano diciendo que le gusta aparecer varias veces al día en la televisión y aboga por el buenismo de que hay que sentarse a negociar. Al bueno de Lula, y lo digo sin retintín, habría que preguntarle si él se sentaría a negociar con un vecino que le ha quitado una quinta parte de su nación, la ha anexionado y remacha que eso es innegociable. ¿Negociaría en esas condiciones? No me lo creo.
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