Liz Truss me da repelús
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Quién necesita gestionar nada cuando puedes agitar en plan Harry Potter la varita de la propagandaReconozco haber reaccionado con cierta maligna satisfacción a la semana de pánico que llevan en el cuerpo los ingleses. No me digáis que vosotros no: ... desde el 'Brexit', algo en el aire provoca que las malas noticias desde Albión nos den gustico por aquí, o por lo menos nos saquen un 'os lo dije' de muy dentro. Ni siquiera yo, que soy anglófilo declarado y pasé en Manchester algunos de los mejores años de mi juventud, me privo de esas alegrías culpables. Y la de estos días ha sido gorda: el anuncio, por parte de la nueva primera ministra británica, de nuevas bajadas de impuestos a las rentas altas y las grandes empresas, en combinación con un aumento del gasto público, ha puesto a las Islas al borde del colapso financiero, hundiendo la libra por el camino. Pocas oportunidades tiene uno de soltarle un 'os lo dije' simultáneo a británicos, neoliberales y cuñaos antiimpuestos al mismo tiempo.
El anuncio, con el que la señora Truss pretendía presentarse ante su pueblo como una nueva Margaret Thatcher sin complejos, una líder nata capaz de sacar el país de su largo estancamiento, no ha durado ni una semana. Con esa bomba presupuestaria, la primera ministra intentaba colocar la economía en el eje de su mandato, para marcar distancia con un Johnson caído en desgracia y empezar a recortar la enorme ventaja que han ido acumulando los laboristas en las encuestas. La retirada exprés del proyecto no solo deja maltrecho el liderazgo de la cabecilla tory, sino que arruina el 'leitmotiv' de su acción de gobierno y sus posibilidades de marcar el debate público en los dos años que restan para las próximas generales. Es difícil no ver cierta sorna (estoy por añadir que británica) en las palabras de Paolo Gentiloni, comisario de Economía de la Unión Europea, cuando dice que la reacción de los mercados contra la libra y los fondos de pensiones británicos es «una lección para cualquier gobierno».
De toda esta triste (digamos) lección, el análisis más habitual hace referencia a un exceso de ambición por parte de Truss, y tal vez a haber llevado una mentalidad de campaña a Downing Street 'en lugar de ponerse a gestionar'. Se nos olvida que Truss lidera un partido, el Conservador, instalado en la paradoja de estar siempre más removido que los martinis de James Bond, pero gobernando el país desde (se dice pronto) 2010. Los 'tories' han ganado tres elecciones generales y nombrado ya cuatro primeros ministros consecutivos, dos de ellos sin pasar por las urnas, en una racha de éxito que tiene aún más mérito si pensamos que han cabalgado el poder a través de la crisis financiera, el austericidio, el auge de la nueva izquierda, la posterior reacción identitaria y nacionalista, la pandemia y la actual crisis bélica y energética. Para cada uno de esos momentos han sabido encontrar la cara, el mensaje, el enemigo y la alianza adecuados con que retener el poder: David Cameron se coaligó con los liberales de Nick Clegg para encarrilar tremendos recortes al Estado del Bienestar 'con un lado humano'; Theresa May intentó colar un 'Brexit' blando y, al perder popularidad, se vio sustituida por un nacional-populista pura cepa como Boris Johnson, que arrasó –envuelto en la Union Jack– con un discurso anti-UE que prometía que la salida enriquecería el país. Truss llega con la obligación de contar una película distinta, volver a encandilar al país y retener el poder. Lo tiene más difícil que sus predecesores, pero a los británicos les encanta el buen cine. Quién necesita gestionar nada cuando puedes agitar en plan Harry Potter la varita de la propaganda.
El serio correctivo que las cuentas británicas han sufrido esta semana no demuestra otra cosa que el predominio que la economía financiera tiene sobre la política (y por tanto, sobre la democracia). Puedes mover la varita como quieras, le ha dicho a Truss el Fantasma de los Mercados Futuros, pero los números no se tocan. Cuando el enemigo era Bruselas todo iba de perlas. Cuando son los impuestos y por tanto la recaudación pública, ojocuidao. Todos somos muy liberales hasta que invertimos –o garantizamos inversiones, que viene a ser lo mismo– en tesoro nacional. Hacienda es el mal y ralentiza la economía y mejor mudarse a Andorra blablablá, hasta que la libra colapsa y con ella tus activos en la City. Y ya ahí Liz Truss empieza a darte repelús.
El caso no es extrapolable a España, claro está. Ni Feijóo es el nuevo rostro de nada (el pobre), ni gobierna, ni va perdiendo 4 a 0 en el minuto 75. Pero podría ocurrir, para desgracia del gallego, que empezásemos a arrugar la nariz cada vez que sale con la ocurrencia propagandística de rebajar los impuestos. Y eso es mucho arrugar.
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