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Se podría establecer un símil entre las acequias, de las que tanto podemos presumir desde hace centurias para vivificar la huerta y la circulación de la sangre. Esta discurre a través de los vasos sanguíneos, impulsada por los latidos del corazón, transportando elementos esenciales para ... obtener la energía imprescindible que requieren las funciones vitales. Circula por las grandes arterias, bifurcándose y ramificándose en ramales cada vez menores, en una tupida red que llega hasta los microscópicos capilares para nutrir todos los territorios. Sucede lo mismo que en ese esquema de las acequias, que, desde la fuente nutricia del río desembocan en ramales menores, aportando el agua vital para los rincones huertanos.
Una vez depositados sus nutrientes –como el oxígeno, combustible esencial– esta sangre inicia un camino de regreso hacia el corazón a través de las venas, para cargar de nuevo el oxígeno en los pulmones y recomenzar a circular con cada latido. En este camino, a veces surgen obstáculos imprevistos que impiden el flujo normal. Se trata de los trombos, ya sean en las arterias como –los más frecuentes y comunes– en las venas, localizados en su gran mayoría en las venas de las pantorrillas. Sucedería un accidente similar si, regada la parcela, fuera necesario drenar el exceso de agua para evitar que quedara anegada, porque una dificultad añadida imprevista e inadecuada lo impidiera. La cosecha quizás se perdería por este incidente. Esto ejemplifica en esencia lo sucedido con las trombosis de las venas: un estorbo que impide el adecuado retorno de la sangre hacia los pulmones y el corazón, con consecuencias graves de no poner remedio.
Vivimos instalados y abrumados por la recurrente letanía cotidiana, interminable, dando cumplida cuenta de datos y cifras, ingresados, altas y recaídas, infectados, fallecidos, confinados... Valores numéricos y estadísticos a los que se ha venido a sumar el desconcertante asunto de las vacunas. Necesitados de una guía para tener una somera idea de en qué tramo nos encontramos, aguardando expectantes y ansiosos el prometedor futuro de una inmunidad –individual y colectiva– que salvaguarde nuestra salud. A esa incertidumbre se añade ahora la controversia sobre el tipo de vacuna más adecuado. Se acompaña esto de un cortejo de dudas, sospechas y opiniones controvertidas que generan desconfianza y cierto rechazo, ineficaz e improductivo. Hasta cierto punto comprensible porque, de manera voluntaria, nadie se quiere exponer a un posible riesgo, si bien las voces autorizadas claman por un balance entre la necesidad y el deseo.
Vivimos entre la posibilidad cierta y real de sufrir una infección de consecuencias imprevisibles, graves o mortales, en tanto que en ese azar que es la vida disponemos de un elemento sensacional –para yugular esa imprevista enfermedad– como son las vacunas. De cualquier tipo. Lo que pasa es que cualquier elemento extraño introducido en el organismo genera siempre una respuesta. Pero garantizar y prevenir que sea inocua es imposible al ciento por ciento, como ocurre en todos los órdenes del vivir cotidiano. Es necesario apostar por asumir una remota posibilidad de riesgo, frente a la más cierta de infectarse por el virus a la hora de tomar cualquier decisión, en este universo de números en el que hemos venido a parar, Todo esto se debe a que la vacuna ya famosa y popular de AstraZeneca, y ahora la americana de Janssen, se han relacionado con la posibilidad de que puedan producir trombos. En una proporción infinitesimal, como demuestran los modelos matemáticos, dada la descomunal disparidad entre los millones de dosis administradas y los mínimos efectos secundarios registrados.
Hay que resaltar, además, que la trombosis venosa relacionada con estas dos vacunas responde a una reacción inusual, infrecuente, rara, sin relación con las trombosis habituales. Se trata de una respuesta extraña. Una reacción adversa, relacionada con un descenso acusado del número de plaquetas circulantes en la sangre que, por un fenómeno de autoagresión desencadenada por algún componente vacunal, estimula a las plaquetas a agregarse entre ellas, formándose los trombos. Es una afección conocida como trombocitopenia trombótica inmune. Los casos comunicados se han registrado, en su mayoría, en mujeres jóvenes, con trombosis en venas poco habituales: del cerebro, sobre todo. Debemos referirnos en este contexto al elevado número de personas que han sufrido alguna trombosis previa. Aquellas que están en tratamiento actualmente con anticoagulantes de algún tipo (Sintrón, heparina, ACOS) no tienen, hasta el momento presente, ninguna relación con este diferente y excepcional mecanismo de trombosis. Sería esta una complicación que, detectándola a tiempo, se puede resolver con un tratamiento adecuado.
Disponer de vacunas para evitar el contagio viral es una garantía. La realidad porcentual de riesgos frente a beneficios sugiere, aunque parezca dudosa, que merece la pena atreverse.
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