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ILUSTRACIÓN: MIKEL CASAL
A las trincheras

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TRIBUNA ·

Por ser el agrario un sector esencial para nuestro futuro, es preciso sacarlo del debate político

Martes, 5 de mayo 2020, 01:38

La España de la eterna trinchera, la del debate sobre mil verdades, todas absolutas, llegó meses atrás de nuevo al asunto del agua en nuestra Región. Vivimos en un país en el que todo tiene un sabor 'guerracivilista'. Ni antes la totalidad del sector agrario era una alianza ideal de superhéroes ni ahora resulta ser un conjunto cerrado de villanos. En la zanja, atrincheradas argumentaciones que resultan ser armaduras de papel mojado. Como panacea a los problemas derivados, a veces inventados, de la agricultura intensiva se contrapone la agricultura ecológica, que es perfectamente complementaria, siendo en ocasiones una división más de producción dentro de algunas de nuestras empresas del sector. En realidad, la intensiva debería contraponerse, conceptualmente, a la agricultura extensiva, imposible en estas latitudes, y tan denostada como aquella.

El modelo llamado intensivo, se basa en un principio básico, conseguir con el menor impacto posible sobre los recursos naturales la mayor rentabilidad en términos de producción y alimentación humana. Alimentación de una población mundial que «se espera [...] aumente en 2.000 millones de personas [...] pasando a los 9.700 millones en 2050», ONU 'dixit'. Un modelo que, como todos, pretende alimentar y que en caso de nuestras regiones lo hace con garantías medioambientales y sanitarias –que no se nos olvide esto nunca–. Haciéndolo además sin excesivo sobrecoste para la cesta doméstica, pero asumiendo costos cada vez más elevados en algunos 'inputs' como el del m3 de agua. La agricultura intensiva levantina tiene su origen y motivación en el guion insolidario fijado por el Estado hace décadas para la Cuenca del Segura –guion escrito con renglones de escasez de agua y precios prohibitivos–. Así es impensable cualquier otro tipo de agricultura. Avergonzarse, repudiar, tirar por tierra este modelo y hacerlo además sin tener otro preparado para paliar el drama social que puede fragmentar nuestras regiones es, amén de injusto, temerario. No está en juego solamente la economía mayúscula de grandes productores –que también–, sino además la de miles de familias de trabajadores por cuenta ajena, de pequeños y medianos agricultores. Este sector jugó en el Levante un papel fundamental de soporte económico en la última crisis financiera –entonces era un esqueleto de lo que ahora es–. Ese mismo sector esencial ha sido determinante durante la actual pandemia de la Covid-19 –por su capacidad productiva y su acción solidaria, siempre dispuesto para con la sociedad–. Y, sin duda, será pilar clave de sostén en un horizonte próximo donde parecen dibujarse los negros nubarrones de una nueva crisis económica. Pero es que en la actual situación ha quedado claro ser un sector fundamental. Disponer de centros de producción cercanos da tranquilidad. Durante el confinamiento nunca ha habido riesgo real de desabastecimiento en los lineales de los comercios. Imaginemos que en plena crisis, y al igual que ha ocurrido con ciertos productos sanitarios, hubiésemos tenido que ir a buscar bienes de primera necesidad a mercados exteriores, compitiendo con otros países. Por ello, por ser un sector esencial para nuestro futuro, es preciso sacarlo del debate político. De la trinchera ideológica.

El Levante ha sabido sobreponerse a los designios de la obsolescencia programada por la política estatal a base de trabajo, trabajo y trabajo. Las desviaciones hay que corregirlas y perseguirlas y en esto el sector mismo ha de ser proactivo, liderar la acción. La mala praxis hay que sacarla de todos los campos profesionales, sin estigmatizaciones generalistas. Pero se ha señalado un culpable directo que sirve para cubrir las vergüenzas de la inacción política de décadas, el Trasvase. El Trasvase y sus regadíos declarados de interés nacional –desde Elche a Almería, pasando por el Noroeste, el Campo de Cartagena y el Valle del Guadalentín–. Y se le ha culpabilizado, a él y a todos sus regantes (80.000) en el BOE, con motivo de las sucesivas órdenes de trasvase dictadas desde el pasado diciembre por el MITECO. Impartiendo una injusta responsabilidad corporativa general, sin excepciones y sin precedentes.

El Levante ha sabido sobreponerse a los designios de la obsolescencia programada por la política estatal a base de trabajo

Nunca es momento para planteamientos intermedios, eclécticos aquí. Todo es adversativo. O culé a muerte o madridista, nunca apuesta por el buen juego. O trasvase o desalación. Ahora toca el extremo... Mar Menor o agricultura. Era ejemplo por méritos propios de agricultura exportable al mundo, ahora vergüenza regional. Es esnob pensar en importar agricultura de otras regiones o países, dejando así impoluto nuestro entorno más próximo. Irrelevante sería ya que, en un mundo conectado hasta la última giga, todos giramos dentro de la misma rueda de hámster, vamos de la mano, avanzamos en la misma dirección –aunque miremos para lados contrarios–. Hay medios humanos para cicatrizar la herida del Mar Menor. Están recogidos en el Plan de Vertido Cero –diseñado por el músculo técnico de la Administración, publicado recientemente por el Ministerio y que duerme en un rincón oscuro, como el arpa–. La actuación de las administraciones competentes en esta dirección permitiría mantener al tiempo un modelo de crecimiento esencial y sostenible como es el regadío.

El Scrats resolvió el pasado día 9 de marzo abrir una vía de trabajo –activa pese a la Covid-19– que, lejos de polemizar, pretende abordar estos debates de forma proactiva, trabajando con las universidades –a través de equipos de investigación multidisciplinares– en proyectos a pie de campo ciertamente novedosos. Objetivo claro: lograr los mecanismos de producción más respetuosos con el medio natural. Compromiso: fomentar la implantación de estos en sus Comunidades.

De sobra sabemos que la inacción da para mucho juego entre bambalinas políticas, pero nunca ha resuelto los problemas de la gente. Solamente abandonando las barricadas, abriendo líneas de trabajo permanentes, aventando ideas constructivas en vez de envenenar el ambiente con vocinglería malintencionada, es posible que encontremos a medio camino fórmulas para coexistir, todos, manteniendo el entorno tan maravilloso de nuestras regiones. Y de paso salvar un sector vital no aumentando más la grieta de la crisis en ciernes.

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