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Por fin echaron de la presidencia de la compañía, hace unos meses, debido a sus malos resultados como gestor, a Michael O'Leary, el empresario-negrero que dirigió durante años la compañía irlandesa Ryanair. El 'éxito' y la competitividad de la empresa se asentaban en una política de precios bajísimos, conseguida a base de maltratar al pasaje, que lo aceptaba todo, incluidos los comportamientos más degradantes por parte del personal auxiliar de vuelo, con tal de ahorrarse dinero.
Entre otras sevicias, la política comercial de la compañía contemplaba la inexistencia de asientos predeterminados, por lo que cada viajero se las ingeniaba, permaneciendo largas horas de pie ante el mostrador o corriendo desesperadamente y abriéndose paso a codazos entre el resto de viajeros, para alcanzar un puesto que le permitiese elegir asiento.
La expresión 'low cost' esconde, en la trampa del exotismo idiomático, el nombre real de 'vuelos baratos', que en español despierta connotaciones cercanas al engaño ('todo lo barato es caro' resume la filosofía popular), mala calidad, destrío... La compañía, para aligerar peso, obligaba a abrir las maletas exponiendo su contenido ante los demás viajeros, en el suelo del aeropuerto, porque sobrepasaban por milímetros o gramos el patrón de medidas para sus vuelos, lo que conducía a facturar el equipaje a precios elevados que desequilibraban el ajustado presupuesto de los viajeros. Yo he visto, y me he sentido profundamente humillado por la vergüenza ajena, a señoras conminadas con métodos dictatoriales a abrir las maletas y mostrar sus prendas íntimas a la vista del pasaje por no sé qué demasía en las medidas del equipaje. He viajado con las rodillas encogidas en asientos que más parecían jaulas para animales que butacas para personas, con la consiguiente incomodidad, una sensación de angustiosa claustrofobia y efectos perversos en la circulación sanguínea.
En algunas de estas compañías (no es la única, aunque esta puede considerarse paradigmática), el pasajero se siente tratado más como mercancía que como un ser humano con dignidad y derechos. El tiempo de vuelo entre salida y destino se convierte en un mareante desfile de carritos por el pasillo, en el que se vende desde mala comida hasta perfumes, joyas, bebidas, tarjetas de juego instantáneo y otras fruslerías de la sociedad de consumo. Las azafatas y azafatos que al inicio del vuelo parecían ángeles custodios de nuestras posibles tribulaciones, se transforman de golpe y porrazo, a lo largo de la travesía, en cocineros, ávidas vendedoras de bocadillos y camareros para servir güisqui o cerveza a los viajeros.
Cuestión no menor es el idioma. Al menos cuando viajé hace años en esta compañía desde la Península a Escocia, las azafatas solo hablaban inglés, algo que quizá haya cambiado y no sea la lengua del imperio la única en los vuelos internacionales, algo que dudo. A este respecto, siempre sospeché que las reclutaban en las granjas escocesas de las Highlands, o en las praderas de la verde Irlanda, sin estudios previos ni una formación mínima en las lenguas de los países de destino, poniéndolas a servir en unos mareantes vuelos en los que los aviones no descansaban entre salida y salida, porque tras desembarcar a los ocupantes, emprendían de nuevo el regreso, cargados con nuevas hordas de viajeros pobres. Aviones con 'asientos calientes' como las 'camas calientes' que, en los 'pisos patera', acogen a los nuevos esclavos de nuestro tiempo, los inmigrantes.
En cierta ocasión, una de ellas se dirigió a mí de muy malos modos porque no entendía el inglés en que me hablaba. Me enfadé tanto que le pregunté en diferentes lenguas si hablaba español, portugués, italiano, francés o catalán, a lo que me iba respondiendo negativamente. Para chulo yo, dije para mí. Así que concluí diciéndole en su idioma (hasta ahí llego) que yo no hablaba inglés, pero sí todos aquellos en los que la había interpelado (una mentira dictada por el enfado), con lo que dejó de molestarme para endilgar a otros pasajeros idéntica monserga.
El lector curioso quizá se pregunte por qué he llamado a O'Leary empresario-negrero. El calificativo me lo sugirió una antigua entrevista en que este negociante sin escrúpulos declaraba estar considerando en serio una iniciativa para rentabilizar aún más los viajes aéreos, consistente en amontonar a los viajeros con arneses en posición semivertical, a semejanza de como llevaban los barcos negreros a los esclavos en la travesía desde África a las colonias de América, en la que moría una enorme cantidad de ellos.
Por eso, resulta ilusionante una iniciativa sueca llamada 'La vergüenza de volar', consistente en lograr el decrecimiento de los vuelos aéreos innecesarios, no solo por su molesta precariedad sino especialmente por la contaminación por CO2 y gases de efecto invernadero, evaluada en un 5% del total de las emisiones nocivas del planeta.
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