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No quiero ser un aguafiestas y menos en estas fechas. Así que vaya por delante que la llegada del tren de alta velocidad esta semana ... a la ciudad de Murcia me parece que es una buena noticia. España es uno de los países del mundo con una de las más extensas redes de trenes que circulan rápidos, con velocidades comerciales superiores a los 300 km/hora. Para el tamaño de la Península Ibérica esto supone que buena parte de las rutas se pueden hacer en tiempos menores de 3 horas. Los 630 km que separan Madrid y Barcelona se cubren en 2 horas y media y los 540 km de Madrid a Málaga en 2 horas y 25 minutos.
Sin embargo, los 400 km que separan Murcia de Madrid requieren de un mínimo de 2 horas y 50 minutos, aunque la mayor parte de las combinaciones llevan 3 horas y media. La velocidad media equivalente son unos modestos 130 km/hora, por lo que se necesita mucho voluntarismo para que se pueda considerar este enlace ferroviario como tren de alta velocidad. Que esto sea lo que llegue a la séptima ciudad más poblada del país, 30 años después del primero realmente rápido puesto en circulación con la cuarta, Sevilla, debería hacer sonrojar, más que celebrar. Aunque, como aquí somos de buen conformar y tras haber pasado por un completo aislamiento ferroviario en los últimos tiempos, pueda incluso parecer que nos haya tocado la lotería.
A los visitantes de nuestro laboratorio durante décadas siempre les ha sorprendido lo inexpugnable que resultaba esta región. Sin un acceso directo, nos hemos conformado, y acostumbrado, a dos entradas: Alicante por vía aérea y Albacete por tren. Desde estos puntos la conexión terrestre nos acerca hasta divisar el pico de Monteagudo.
Les voy a contar algunos de mis recuerdos, que serán muy probablemente similares a los de muchos de ustedes. En los años 90, todavía sin estar terminada la autovía hasta Albacete, realizaba los viajes a Madrid con ida y vuelta en el día tomando el tren que hacía el trayecto en 4 horas y media. El tren de las 6 de la mañana llevaba a caras somnolientas que resultaban familiares, y el de vuelta, que llegaba casi a la media noche también. Nueve horas de viaje para estar 6 o 7 en Madrid era propio de personas resistentes. Con el paso del tiempo cambié este método por la conexión aérea por Alicante. Con una programación ajustada, conseguía pasar de mi casa al centro de Madrid en tres horas. Durante varios años hice muchas veces este trayecto hasta una noche infausta. Salí a las 6 de la tarde hacia Barajas, donde el avión a Alicante estaba retrasado, algo bastante común por otra parte en los últimos vuelos del día. No despegó hasta la media noche y al llegar a Alicante el piloto abortó el aterrizaje por mala visibilidad y nos llevó a Valencia. Allí, tras las consiguientes esperas, un autobús nos trasladó al aeropuerto de Alicante, adonde llegué a las 6 de la mañana del día siguiente para recoger mi coche y estar en casa a las 8. Un viaje récord de 14 horas de duración. Una vez y no más, me dije. Y a partir de entonces nunca volví a usar la conexión aérea Alicante-Madrid para el viaje en el día y pasé a ir en mi coche, bien directamente o con la famosa conexión por Albacete cuando llegó hasta allí el tren rápido. Lo triste es que la llegada del tren a Murcia no va a servir para cambiar mis hábitos de desplazamiento, pues me alargaría el tiempo de viaje ostensiblemente. Aunque será útil para quienes me visiten tras pasar por Madrid y no quieran conducir.
Parece evidente que a Murcia no ha llegado un tren de alta velocidad en el sentido estricto del término. Sin intención de lamernos las heridas, puede ser un ejercicio interesante analizar las razones de esta situación. El escaso peso regional en la política nacional, mucho menor que el que le correspondería por su población y producto interior bruto. El tradicional conformismo local, acostumbrados a ser considerados a menudo de segunda. La historia y la geografía, que hacen de nosotros una estación término a la que solo se va de propio y de la que muchos no quieren salir. La visión que de la Región se tiene en el resto de España, como algo atrasado, de poco interés, y objeto habitual de chanzas y chistes. Pero quizás, lo peor de todo es que haya muchos que sigan pensando que aquí se vive a todo tren.
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