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Al analizar las situaciones de crisis, algunos de los más relevantes politólogos han destacado su potencial transformador. Para autores como Habermas, por ejemplo, el resultado podía ser siempre positivo, de forma que cualquier situación crítica podía desembocar en escenarios más favorables para los individuos y ... los sistemas. También a nivel personal se insiste en que tenemos que ver la crisis como una oportunidad vital antes que desde una perspectiva limitante. Grandes textos de la literatura, como 'Las uvas de la ira' de Steinbeck, solo pueden entenderse a partir de una situación de desastre.
Una de las máximas del marxismo es que las crisis económicas son cíclicas en el capitalismo y que a un periodo de crecimiento le sucede, indefectiblemente, uno de recesión. Podemos no estar de acuerdo con el análisis que realizan sobre las causas, pero es evidente que, a lo largo de las dos últimas centurias, como mínimo, nos han acompañado sucesivos ciclos de recesión. La penúltima que hemos experimentado fue detonada con la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y la aceptación, prácticamente unánime, de la doctrina del 'too big to fail', es decir, demasiado grande para quebrar. Los gobiernos se lanzaron a rescatar a un gran número de bancos, y otro tipo de empresas, con el objeto de evitar que la crisis de esas entidades provocara la de todo el sistema. Se orientó mucho dinero a los rescates, disminuyó la actividad y los recursos captados por los Estados, se incrementaron los recortes sociales y, en nuestro país, ello supuso, entre otras cosas, el surgimiento de nuevas formaciones partidistas y que nos levantáramos con la neura de si ese sería el día en que la UE nos intervendría, no precisamente de apendicitis.
Hasta 2018 duraron, como mínimo, los efectos de la quiebra de Lehman y, cuando parecía que ya podíamos respirar, se nos vino encima una crisis sanitaria de carácter mundial. A finales de 2019 empezaron los primeros casos de Covid, en marzo de 2020 se declaró el confinamiento en España y los efectos de la pandemia están presentes hasta hoy. Mientras seguimos asustadillos y con la mascarilla puesta, aparecen otros fenómenos tal como las dificultades para abastecer a las empresas por la crisis del transporte marítimo internacional. Y aunque insistimos en 'virgencita que me quede como estoy', en septiembre de 2021 empiezan a subir, a escalar más bien, los precios de la electricidad, del gas y, como consecuencia, los productos que consumimos. Nos encontramos con un incremento brutal de la inflación. Es el círculo vicioso. La tormenta perfecta. Inmersos como estamos en la inmensidad de la crisis sanitaria nos topamos con otra económica.
Cuando parece que ya es imposible que ocurra nada más, sigue subiendo el precio de los suministros energéticos y tenemos una huelga en nuestro país, mucho después que la de Francia, que evidencia que no somos nadie si no podemos comprar 200 litros de leche diarios en el súper. Sigue y suma. En estos 14 años, además, a lo largo del globo se han sucedido asesinatos, masacres y guerras, muchas en África, Asia y Oriente Próximo, entre otras latitudes. En las últimas semanas la invasión de Ucrania por Rusia y otra terrible situación humanitaria. Y, como decía Castellio, en palabras de Zweig, «matar a un hombre no es defender unas ideas sino matar a un hombre».
Sucesivas crisis económicas, sanitarias, bélicas y políticas. En cada una de ellas, como ha ocurrido siempre, los individuos, y las sociedades, han dicho aprender las lecciones y tomar futuras decisiones más empáticas, racionales, solidarias, y un listado enorme de adjetivos positivos. Pero, por ejemplo, a los aplausos a los sanitarios les siguió un incremento de las críticas. Cuando vemos el final del túnel se nos olvidan nuestros buenos propósitos, como personas y como sociedades. A pesar de lo que dicen los teóricos no parece que aprendamos. Desesperante.
Esta concatenación de crisis de distinta naturaleza ha dejado desnudos a los políticos, como en el cuento infantil. Se han mostrado superados, con una escasísima capacidad de reacción y nula de anticipación. Es terrible y está afectando a la valoración que realizamos de la política y de los políticos –véase para Murcia el último Barómetro del Cemop–. Está debilitando la legitimidad de la democracia en todas las latitudes. Pero lo peor es el crecimiento de esas innombrables formaciones partidistas que crecen al amparo de la angustia y ansiedad individual, y colectiva, y que solo representan lo peor de la especie humana como la intolerancia, el racismo y el autoritarismo, entre otras 'bendiciones'. Aunque, como defendía Tolstoi, «lo incorrecto no deja de estar mal porque la mayoría participa».
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