Secciones
Servicios
Destacamos
El olfato –aun sin gozar del extraordinario desarrollo que otras especies, como perros o caballos– es un sentido primordial, decisivo en la evolución humana. Nos advierte de peligros ocultos, imperceptibles para el resto de órganos sensoriales. Permite percibir efluvios, olores, aromas ambientales captados por los receptores olfativos, situados en la mucosa de la nariz. Es esta una prominencia de la cara, con una destacada significación cultural. Como referente estético, al establecer características del rostro, con su reflejo en el arte. O para tratar de diferenciar, de acuerdo con formas y perfiles, distintas tipologías humanas, caracteres o naturalezas específicas. Se habla de narices afiladas, corvas, rectas, aguileñas. Incluso napias o narizotas, satirizadas por Quevedo, en el popular soneto: «Érase un hombre a una nariz pegado...». Hay una jerarquía cultural reflejada en expresiones coloquiales, de naturaleza simbólica o metafórica, alusivas a la nariz –o su plural, las narices–, ocupando más de media página del diccionario. En una muestra variada tenemos, entre tantas, un 'estoy hasta las narices', a modo de enfado o hartazgo. También aprovecha para reprender a quien fisgonea o se entromete en algo que no le incumbe, con un elocuente 'no metas las narices en este asunto'. O zanjando de raíz una discusión, al dar a alguien 'con la puerta en las narices'. También, dejándolo con 'un palmo de narices'. E igualmente formulando la voluntad decidida de llevar a cabo algo 'por narices'.
Trasteando la prominencia nasal en lo personal, 'no me toques las narices' denota enojo o disgusto respecto a otra persona. Y el hecho de que uno esté 'tocándose las narices', significa vagancia: estar tumbado a la bartola, sin hacer nada. Al compás del 'no te toques las narices' formulado en tono imperativo, serviría de amonestación o reprimenda, tan oportuna y actual, para evitar la infección por coronavirus. La magnitud de la pandemia ha sido o está siendo tal, que ha calado profundamente en las conciencias, hasta condicionar múltiples aspectos de nuestras vidas. Apremiados a cambiar –incluso abandonar– no pocos hábitos adquiridos, automatismos ejecutados de forma instintiva, sin reflexión, como los que ejercemos durante los contactos sociales con otras personas. Y obligados a guardar una prudente distancia, en una suerte de casi rechazo, al cruzarnos unos con otros, lo que puede parecer antinatural. O respecto a los saludos, prescindiendo de gestos espontáneos habituales, ya se trate de estrechar las manos o efusiones más significativas, como besos y abrazos.
Todo esto viene a cuento porque la nariz desempeña un papel de primer orden en el mecanismo de infección por virus respiratorios. A través de la abertura de las fosas nasales se inhalan partículas virales del ambiente, expelidas a través de las gotitas de saliva de Flügge –al hablar, toser o estornudar–, penetrando hasta el interior del cuerpo. Es asimismo puerta de entrada, junto a las mucosas de ojos y boca, de la conocida como zona T de la cara, por la facilidad con la que el virus se adhiere a aquellas. Cuando en el caso, tan frecuente como inconsciente, de tocar cualquier superficie contaminada, si a continuación nos manoseamos alguna de esas zonas de la cara, la infección está servida. Las mascarillas ejercen una función de barrera, tanto para obstaculizar que inhalemos maléficas partículas, como para evitar tentarnos las superficies faciales.
Se trata de un gesto reiterado, de forma inconsciente, totalmente involuntario y que, según expertos en teoría del comportamiento, ejercemos nada menos que unas treinta veces a la hora. De ahí que, junto a las máscaras, se impone aprender nuevas rutinas para minimizar este acto irreflexivo. Se trataría de interiorizar nuevos códigos de actuación, difíciles de asumir como inercias al tratarse, como es el caso, de una 'no acción'. ¿O quizás inacción? El objetivo es un llamémosle desaprendizaje, para el que se han propugnado diversos métodos de ayuda, a fin de mantener las manos alejadas de la cara. Conviene tenerlas ocupadas en coger algún objeto, meterlas en los bolsillos o cualquier otra posición que resulte eficaz.
Es cuestión de proponérselo, como tantas otras normas de conducta asumidas como automatismos ejecutados de forma inconsciente. Así se borra la tendencia que ahora mismo, mientras tecleamos, nos impulsa a rascarnos la cara. Un acto maquinal, irreflexivo e inconsciente. Impelidos a neutralizarlo con automatismos que no están en la naturaleza adquirida con la experiencia, por lo que no se nos han integrado como instintos. Sobre este adiestramiento, sería eficaz recalcar sus importantes réditos para la salud individual y, por extensión, para la colectiva. Visto lo cual, deseamos que no nos toquen, pero que tampoco nos toquemos las narices.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.