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Pasados ya quince días desde las últimas elecciones, dos semanas completas, todos hemos tenido tiempo para valorar, ponderar, rebatir, discutir, argumentar, porfiar, meternos en todas las controversias habidas y por haber. Controversias a un lado y otro de cualquiera de las tendencias políticas con las que nos sintamos más próximos. O más alejados. Como suele suceder en todos los aspectos de la vida, la realidad la vemos a través del cristal al que estemos habituados, que no siempre es necesario que sea el mayoritario. De estos recientes días surge una cuestión bien clara: es muy difícil que los españoles nos pongamos de acuerdo en política. Tampoco lo es en temas más triviales, sobre si es mejor el Madrid o el Barça, o si la tortilla de patatas debe ir con cebolla o sin cebolla, o si preferimos el horario de verano al de invierno. 'Ca cual es ca cual', que diría Arniches o, lo que es lo mismo, hay gustos y opiniones para todos.
En buena parte de la común opinión se ha manejado la idea de que estas últimas elecciones han sido una tomadura de pelo. Yo lo he oído en doctas tertulias, lo he leído a profundos politólogos, e incluso, a nivel más modesto, algún amigo de tiempos de la tiza y el pupitre, me lo ha comentado por la calle. Mi opinión es distinta. Minoritaria quizás. Mi opinión es que ninguno de los implicados en la gobernanza quisieron volver a las urnas, pero que las circunstancias los obligaron. La izquierda, como viene siendo histórico, no pudo ponerse de acuerdo, aunque las elecciones otoñales les quitaran piezas del tablero político. La derecha, la más civilizada y la menos civilizada, se mantuvo terne en su negativa siquiera sea a abstenerse. A estos no les ha ido tan mal: han subido en votos salvo el caso de Ciudadanos. Pero el caso de Ciudadanos se explica por sí solo: ahí está la muerte en el mapa político de su líder, hasta ayer joven promesa; hoy, en combate desaparecido.
Decíamos antes que todos ven la realidad bajo las gafas de sus creencias y postulados, de manera que, ni unos ni otros puede decirse que quisieran ir a peor. La izquierda no quiso, pero ya lo creo que fue a peor. Eso se sabía, o se podía saber, a la vista de recientes acontecimientos tan notorios como las sentencias catalanas o el traslado de los restos de Franco. Este pueblo es muy novelero, y basta que le soplen al oído un chascarrillo para que parpadee su voto. Y es posible que esté en su derecho. El electorado puede ser tan mobile como la donna, y no quisiera que esta comparación se tomara a mal por el feminismo militante. La hago como simple referencia a la más que conocida aria de 'Rigoletto'. Si miramos las encuestas, advertimos que hay un montón, un montón bien grande, de españoles y españolas que deciden su voto a última hora. No sé por qué, tengo para mí que ellas improvisan menos que ellos, bastante más timoratos en el voto y en la vida.
Sea como fuere, las últimas elecciones estaban más que justificadas. La izquierda no se puso de acuerdo y la derecha no llegaba. Así de claro. Sin embargo, a la vista de los resultados es fácil decir ahora que qué tontos que fueron socialistas y podemistas; que si llegan a saberlo, que si en vez de Fulano hubiera estado Mengano, etc. Yo, que personalmente no entendí la postura del señor Iglesias, no por eso lo voy a demonizar. No quiso pactar, pues eso, con su pan se lo coma. Peor para él. Tampoco se libra de la pesambre interna el señor Sánchez, que ya podría ejercer de presidente electo y no estar ahora a expensas de los partidos periféricos, que quizás le den el sí, pero a cambio de prebendas difíciles de sostener. Esto de la política tiene su miga. No estoy demasiado de acuerdo con Jardiel Poncela, al que adoro como autor, cuando aseguraba que «el que no se atreve a ser inteligente, se hace político». Claro que don Enrique era bastante de derechas.
Decía al principio que no me parecía una tomadura de pelo haber ido a las elecciones de hace dos semanas. Y lo ratifico ahora cuando volvemos a constatar que la posibilidad de ir a peor en este país está a la vuelta de la esquina. Porque, por si fuera poco el lío de pactos que tienen quienes quieren formar gobierno, aparece la sentencia de los ERE para liarlo todo un poco más. Éramos pocos, y parió la abuela. A ver quién me saca de este atolladero, gritará para sí el líder de los socialistas, ganador por segunda vez consecutiva (¿o son más?) de unas elecciones que, por momentos, parecen papel mojado. Tan papel mojado que, si Dios no lo remedia, mucho me temo que para primavera tengamos que volver a votar. ¿Sabe usted? Que tampoco es para rasgarse las vestiduras. Vamos, votamos, y a casa. A ver cómo salimos del atolladero.
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