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Hacia el final del siglo último, cuando se empezó a conocer mundialmente la enorme relevancia tecnológica de Silicon Valley, los ciudadanos de a pie supimos que se abrían ventanas a la conformación de un mundo mejor, más igualitario, con más libertad. Internet se abrió a ... la gratuidad, los periódicos ofrecían sus contenidos 'en abierto' provocando su propia decadencia económica y, poco a poco, la Red se convirtió en el soporte preferido por los anunciantes.
Eran tiempos en los que nos hicieron creer que, con los adelantos tecnológicos, también avanzaríamos hacia la idealidad. Poco ha durado. La siguiente generación, la de hoy, se olvida de la colectividad y el beneficio social para atender a su propio beneficio y, una vez logrado, emplearlo en cultivar su enorme capacidad de influencia en el poder. Los tecnócratas de hoy nos dicen que seamos críticos, que pensemos por nosotros mismos y que 'investiguemos nuestra propia verdad'. Mentira cochina. Porque la investigación nos lleva a sus plataformas, que están cuajadas de embustes y desinformación.
Empresarios de este jaez supremacista acaban de superar la etapa de influir en el poder. Ellos son el poder. Elon Musk, el hombre más rico del mundo (cerca de 400.000 millones de dólares americanos) ya es miembro del Gobierno de EE UU cuyo presidente, el inefable Donald Trump, destapa 'soluciones' simplistas a problemas complejos y enquistados. Para acabar con la guerra en Gaza propone la fantasmagórica propuesta de expulsar a los gazatíes de sus tierras, que serían ocupadas por Estados Unidos para convertirlas en zonas turísticas. Una limpieza étnica apoyada por el Gobierno israelí que incluso le dice a España que acoja a los deportados.
Como en la icónica película, ya están aquí. 'Trump Poltergeist'. Su próxima ocurrencia podría estar relacionada con la telequinesia.
Lo que más preocupa es que ya no se esconden, ya no mueven hilos desde las bambalinas sino a cara descubierta y con la intención de ocupar todo el escenario. Sin pudor, logrando adeptos fascinados por la riqueza, sumando multimillonarios a quienes les estorban las leyes y aumentan el deterioro del ya precario equilibrio internacional, asimismo amenazado económicamente por la batalla de aranceles que no es sino una guerra comercial con China: el otro gigante tecnológico.
Como dice Soledad Gallego-Díaz, Europa debe hacerse oír.
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