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Mi nieta Blanca murió en enero de 2019 con dieciocho días de vida, cuando aún no habíamos descubierto de qué color serían sus ojos «azul ... universo» como decía su padre; cuando aún no habíamos oído su primera palabra, como añoraba su hermano Juan.
Su muerte nos dejó noqueados a todos, tras 48 horas agónicas en las que asistimos, completamente consternados, al diagnóstico de una infección, los distintos pronósticos, los posibles daños, el bautizo de urgencia y el desenlace fatal. Sus padres, sin embargo, aún en su desolación, tuvieron la lucidez, la generosidad y la fortaleza de plantear a los responsables médicos la donación de sus órganos para beneficio de otros niños. No fue posible entonces, porque el hospital Santa Lucía de Cartagena, como todos en España, carecía de protocolo alguno para la donación de órganos de neonatos. Pero su decisión llevó al equipo liderado por el pediatra neonatólogo José Ramón Fernández a elaborar uno, el primero en España, que fue presentado ocho meses después en el XXXIV Congreso Nacional de Trasplantes celebrado en Murcia y ha sido desarrollado con éxito en dos ocasiones.
El fallecimiento de Blanca supuso un desgarro, que sacudió nuestras creencias. Aprendimos que la 'ley de vida', que tanto invocamos, no es una verdad inmutable, y que la vida tiene sus propias leyes que vuelven del revés tus esquemas y previsiones. Descubrimos tristemente que la fe y el amor no mueven montañas, que no lo pueden todo, aunque sean los mejores asideros para salir a flote cuando la tristeza y la desolación te embargan. Sentimos, en fin, que, contra el terrible dolor por su muerte, existe un bálsamo, el del sincero afecto de las personas que te rodean.
El comportamiento de sus padres, en momentos de angustia infinita, fue una respuesta bellísima, que me llena de admiración y de orgullo. Guardo en mi retina la diminuta mano de mi nieta abrazando el dedo inmenso de mi yerno, como imagen de la entrega y dedicación plena de unos padres que no se apartaron de su lado y estuvieron hablándole, cogiéndole de la mano, y animándole a seguir adelante, a pesar de los diagnósticos, contra todo pronóstico, hasta su muerte.
La decisión de donar sus órganos, cuando el dolor por su pérdida nublaba nuestra capacidad de pensar, hizo que la muerte de Blanca no fuera en balde y puso en marcha un caudal de generosidad del que han sido partícipes muchas otras personas: desde el equipo médico autor del nuevo protocolo de donación de órganos de neonatos a otros padres que, como ellos, se enfrentaron a una de las experiencias más dolorosas de la vida, la pérdida de un hijo, y respondieron igualmente con un inconmesurable altruismo y una emotiva belleza.
Sus testimonios serán recogidos en un vídeo, ideado y promovido por Raquel Sastre, realizado de forma altruista por la agencia de publicidad Somos100x100 con la colaboración de los coordinadores de trasplantes del hospital Santa Lucía de Cartagena, a fin de servir de guía e inspiración a los padres que se vean abocados a vivir una tragedia como ésta, para que sepan que, frente a una realidad que les desborda, pueden responder con pequeños gestos que aliviarán su dolor, como llevarse una caja de recuerdos o realizar un acto religioso, pero también con decisiones trascendentales como la donación de tejidos y órganos, iniciativas que, en palabras de mi querido hermano Luis, «engrandecen al ser humano y que a los demás nos cargan de sentido y de valor y hacen más soportables nuestras pérdidas».
El protocolo, inspirado por la generosidad de mis hijos, se ha activado en Cartagena en cuatro ocasiones, dos de ellas con éxito. Me gusta pensar que en esas vidas salvadas late el legado de mi nieta Blanca.
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