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Ahora que Tamara Falcó es una heroína nacional por la típica razón por la que alguien querría estar debajo de una sábana durante meses sin ... salir, reflexionaba el otro día sobre quién era ella ya no antes de esta polémica, que la encumbra, sino de su paso por el programa 'MasterChef'.
En América Latina es la hermana de Enrique Iglesias, en España la hija de la Preysler. No se le había conocido más atributo que ser pija, pero esa clase de pija que no es que lo sea por dinero, que también, sino que tiene una forma de hablar tan sumamente característica que cuando alguien quiere imitar a un arquetipo de la alta sociedad siempre pone la voz de Tamara.
Cuando se es así, tan definible en un estereotipo cualquiera, parece que cualquier atributo que salga de la definición que esperamos es automáticamente incorrecto. A una pija con voz de pija y aspecto de no haber necesitado hacer la cama en sus 41 años de existencia se le presuponen una serie de valores intrínsecos: narcisismo, clasismo, condescendencia, incultura. La típica niña tonta cuya máxima preocupación vital hasta la fecha había sido combinar los zapatos con el cinturón con la suficiente diligencia como para que la revista '¡Hola!' le dedique todo un artículo explicando hasta el último detalle de su atuendo.
Ser famoso de profesión, como lo es ella de nacimiento, es una faena que parece que no valoramos lo suficiente: todos hemos sido idiotas en algún momento de nuestra vida, pero cuando has llegado a este mundo siendo famoso tus momentos insoportables no se restringen al calor de tu familia o a la desidia de tus amigos. España entera conoce hasta la última mala cara de Tamara Falcó, desde su primer desplante hasta el último, si es la hermana lista o tonta de la casa y cómo ha ido evolucionando personalmente en cuestiones tan privadas y particulares como la fe o por supuesto en su mala suerte encontrando un hombre que la quiera por algo más que por su título nobiliario. Tamara Falcó es un estereotipo que hace un par de años era el hazmerreír del país por parecer tonta, pero esta semana se ha convertido en la reina de las mujeres empoderadas porque su paso por un programa de televisión ha hecho que, oh sorpresa, España entienda que quizás hay una escala de grises en la valoración personal que podemos hacer de alguien cuando nuestra única referencia es haberla visto posar con su madre en toda clase de programas y revistas del corazón.
No voy a entrar en la situación con su exprometido, porque ya se ha escrito todo lo que se tenía que escribir al respecto y ella ha pronunciado la que probablemente sea la frase del año y que a buen recaudo formará parte del acervo cultural durante el próximo siglo: «Me da igual que hayan sido seis segundos o un nanosegundo en el metaverso». Después de semejante construcción literaria a ver quién es el guapo que discute que detrás de tanto «osea, sabes» hay un cerebro funcionando a pleno rendimiento intelectual.
Pero lo que sí nos enseña el punto en el que estamos es que juzgar a los demás por el estereotipo que les asignamos, se llamen Tamara Falcó o se llame como usted que me está leyendo en estos momentos, es una injusticia producto de una generalización que ejercemos con total paz sobre los demás, pero que no somos capaces de soportar cuando alguien nos trata de forma equivalente a nosotros.
Tener un rasgo de la personalidad muy marcado no implica que debamos tener automáticamente todos los demás que le vienen asociados. Ser un apasionado de algo, incluso rozando la obsesión, no te convierte en un friki asocial; salir de fiesta a cada oportunidad no te convierte en un frívolo, volcarte en tu familia no implica que no tengas ambición, que te guste más leer el periódico local que la prensa internacional no te cataloga como inculto, que seas feliz pero a veces estés triste no te diagnostica con bipolaridad.
Tamara Falcó es la reina de las Españas porque su novio ha resultado ser lo peor, pero lo más importante de todo, por muy desapercibido que pase, es que sin que nadie se dé cuenta ha pasado de ser la tía de la que el mundo se reía a ser la mujer a la que el mundo hispano admira. Y todo osea, por supuesto, sin dejar de ser ella.
¡Viva Tamara!
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