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Un reloj de arena recuerda a la silueta de una mujer. El tiempo fluye, avanza inexorablemente, y más pronto que tarde se agota. Socialmente, el ... paso del tiempo es más cruel con las mujeres. La vejez, la sientan o no en carne propia, depende del contexto cultural, social y –por supuesto– de las circunstancias biológicas. La Organización Mundial de la Salud no maneja una definición universal para determinar si una persona es vieja, o mejor dicho, mayor, aunque en varios informes ha señalado que en términos generales una persona de unos sesenta y muchos ya está en condiciones de unirse a la celebración del 1 de octubre del Día Internacional de las Personas de Edad. El umbral de la edad de la jubilación también es otro criterio para aplicar el calificativo de viejo, o vieja.
En un artículo científico de 1969, el geriatra y psicólogo americano Robert Butler acuñaba el término edadismo ('ageism', en su denominación inglesa original) para aludir a una nueva forma de discriminación que ponía en la diana a las personas mayores, por el mero hecho de serlo. Esta discriminación tenía tres patas: edad, sexo y raza. El estudio inicial de Butler era un artículo de tres páginas en una prestigiosa revista americana, aunque posteriormente publicó un libro con una temática similar que fue merecedor del premio Pulitzer y convirtió el vocablo, edadismo, en un término universal.
Los estereotipos que abundan sobre las personas mayores incluyen la enfermedad, la dependencia, la soledad no elegida, todos ellos elementos con una carga negativa. En el caso de las mujeres, hay que sumar la fealdad: las arrugas, las canas, son signos de la edad que no sientan igual de bien a quien las luce. En los hombres domina la creencia de que son síntoma de sabiduría, incluso de un cierto estatus asociado a la edad. No es así en el caso de las mujeres. Pensará usted que exagero: nada me gustaría más. Una señora mayor en los medios de comunicación se asocia a cuidadora u objeto de cuidados: una abuela, por ejemplo. Un señor mayor en los medios de comunicación, además, puede representar la sabiduría, la riqueza y el poder acumulado. Canas y arrugas, amén de otras carencias, deben ser eliminadas del cuerpo de las mujeres a la misma velocidad que la flacidez y la gordura. De hecho, toda una industria multimillonaria bien engranada se encarga de alimentar estos temores en mujeres cada vez más jóvenes.
Según el Instituto Nacional de Estadística, alrededor del 20% de las personas mayores de 65 años están en riesgo de pobreza o exclusión social en España. La cifra es ligeramente superior para las mujeres, porque han tenido trayectorias laborales interrumpidas por la maternidad, por los cuidados, y llegada la edad de jubilación, sus pensiones son menores. Todavía hay varias generaciones de mujeres que no han sido parte de la población activa –'que no han trabajado'–, por lo que no han contribuido de forma directa a sus pensiones, sino que recibirán una pensión compensatoria cuando su cónyuge fallezca, u optarán a una pensión mínima no contributiva. La brecha de género en pensiones es del 30% (cifras de Eurostat, 2023), lo que coloca a las mujeres en una situación económica más vulnerable durante la vejez. A esto hay que sumar que la esperanza de vida de las españolas es de unos 85 años, por lo que las viejas están condenadas a unos 20 años de pobreza. Y eso son muchos años, a pesar de lo que diga el tango.
Para reducir el edadismo presente en nuestra sociedad debemos fomentar una visión del envejecimiento donde las personas mayores sean reconocidas desde el punto de vista de las instituciones públicas. Se deben fortalecer las leyes que garanticen su no discriminación y velar por la aplicación de normas que eviten el edadismo. Es importante implementar iniciativas educativas que reduzcan los prejuicios existentes –esos que usted pensaba hace un rato que exageraba: si ha llegado hasta aquí, quizá no exageraba tanto– y divulgar la necesidad de interacción entre personas de diferentes generaciones. También a título personal podemos actuar, ya que a fin de cuentas todos aspiramos a convertirnos en venerables ancianos, y ancianas, en un entorno donde se reconozca nuestra diversidad y derechos. No seremos capaces de frenar la caída de la arena del reloj, pero sí contemplarlo con serenidad.
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