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Me apropio en el título del artículo de una frase de Sun Tzu: «El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar». Esta idea refleja de manera muy certera los últimos meses de Gobierno provisional, elecciones y proceso de investidura. La estrategia que deriva de un análisis pausado de los datos, del conocimiento de la idiosincrasia de tus conciudadanos y de la reflexión del contexto social, económico y político, así como de las debilidades de tus adversarios, es la clave de la contienda política moderna. Más allá de los nervios de última hora y de las sospechas e incluso maniobras que pudieran asomar para hacer naufragar la investidura de Pedro Sánchez, esta respondió al guion 'step by step' que tan bien se adapta a las características del líder socialista y de su equipo de asesores políticos.
Si alguna lección debemos haber aprendido estos últimos meses es que la política es comunicación. Es imagen. Son audiencias. La política de gestos, con enorme contenido emocional, con liderazgos fuertes que generan un vínculo con el elector no solo político, sino también social, es la que permite que la inmensa masa de población desconectada de la información diaria y del interés permanente por la política, pueda, en algunos momentos, con pequeños trozos de la realidad, componer la imagen de lo que está sucediendo, y ligar su cerebro 'político-emocional' no con aquella idea que es más razonable, sino con la situación que le hace sentirse mejor.
La sesión(es) de investidura y estos primeros días de formación de Gobierno televisada, radiada e impresa, nos han dado una muestra del devenir de nuestra política patria, cada vez más pensada para ser comunicada, para los 'trucos de magia' que permitan la producción del 'soundbite' adecuado, de la imagen perfecta. Sánchez ha logrado de manera legal, legítima y hasta inteligente, investirse, formar gobierno y más que probable garantizarse la aprobación de unos presupuestos. Pero ha logrado algo mucho más importante, asegurarse la lealtad de Iglesias y de las confluencias que rodean a este. La estrategia de Sánchez quizá no garantice la estabilidad política, pero sí la continuidad del Gobierno, porque mientras no haya elecciones, no habrá posibilidad de coalición mínima alternativa. Todo ha sido un gran juego 'win-win', en el que además el negociador, Sánchez, se garantiza que en la hipótesis más desfavorable que puedan generar los otros actores del pacto, él siempre gana, porque cualquier otra opción alternativa es siempre peor para los integrantes del juego.
Y en este tablero de ajedrez cobra un papel relevante la construcción de un relato ganador. Sánchez tenía a su favor muchos factores para triunfar: su victoria en las elecciones, los años de 'interinidad', el apoyo de la totalidad de la izquierda, su liderazgo, etcétera. Quizá su punto más débil era cómo construir un discurso creíble y confiable, un relato unificador en su espacio ideológico, que le evitara hablar de los suyos (de los 'amigos') y le permitiera hablar de los otros ('los enemigos que representan el caos, al apocalipsis, el retorno al franquismo, etcétera'). Le bastaron unos señuelos en la tribuna de oradores para que Casado y Arrimadas (porque lo de Abascal se daba por descontado) embistieran de tal manera que la inicial debilidad del relato del presidente se convirtió precisamente en el pilar más sólido para su investidura.
En lugar de hacer unos discursos de 'Estado'; en lugar de criticar el pacto constituyente de la coalición en las áreas que incluía ese pacto público, siendo la económica la más débil para el pacto y la más rentable para la escasa memoria que aún le queda a los votantes de centro y centro-derecha; en lugar de construir liderazgos internos y de su espacio de cara al futuro, porque el presente ya estaba escrito; en lugar de todo eso que podían haber hecho, tomaron la vía fácil, populista, la que no les diferencia del discurso sin contenido de Vox: dar estopa a ERC, Bildu y demás fauna, que al fin y al cabo eran tan invitados de piedra de ese gran circo en el que se ha convertido nuestro Parlamento como lo eran el resto de actores políticos. No extraña entonces que el presidente se sonriera. El PP, con la ayuda de Arrimadas, consolidó la estrategia de Moncloa: polarizar los espacios de competencia, instalar en la mente del elector moderado de centro-izquierda lo lejano que de su hábitat ideológico quedan todos los partidos de la derecha, y dibujar un espacio indiferenciado donde Ciudadanos, PP y Vox se confunden y se asimilan como un solo ente para el cerebro político de los electores más desinformados o que siguen con menor interés la política.
Tan pendiente estaba el PP de la investidura que olvidó el núcleo fundamental de la batalla: el futuro. Y lo peor es que tanto el PP como Ciudadanos no han aprendido nada. Siguen pensando en la investidura, y dilapidando energías en mociones de reprobación en ayuntamientos y comunidades (donde además les apoyará Vox). Y mientras, Sánchez hará política y pensará en la máxima de Sun Tzu: «Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados».
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