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Soluciones basadas en la naturaleza

Soluciones basadas en la naturaleza

No pueden ser esa pancarta o el mantra que nos hipnotice, sino fruto de una reflexión seria sobre lo que necesitamos para garantizar el alimento

Sábado, 20 de junio 2020, 00:49

La expresión de este titular está de moda. Aunque es una obviedad, ya que todo lo que hacemos, bueno o malo, se basa en sus leyes, la naturaleza lleva 3.500 millones de años enfrentándose con éxito a todo tipo de problemas y siempre es bueno aprender de ella. De la vida aprendemos que necesitamos forzar desequilibrios, cuanto más marcados mejor, para poder explotar los flujos de energía que generan. Por eso, algunos fuerzan enfrentamientos y radicalismos en los deportes, nacionalismos, luchas de clase, religiones, culturas o ideologías... Pero, aunque esta estrategia se base en el funcionamiento de la naturaleza, deberíamos saber que, con ella solo una minoría saca provecho, explotando a la mayoría. El terrorismo y sus atentados, las leyendas negras, el crear conflictos, son estrategias para evitar el desarrollo y mantener simples sociedades enteras, generando diferencias que permiten explotarlas. El engaño, haciendo parecer que se es lo que no se es, como las moscas que parecen avispas, y otros mimetismos o la estrategia del cuco para que otros padres alimenten al intruso que crece desmesuradamente, dejando morir a sus propios hijos, son también estrategias basadas en la naturaleza que utilizan algunos políticos o algunas comunidades autónomas, y no creo que haga falta especificar.

Dos ejemplos de propuestas destructivas que pretendieron apoyarse en la teoría de la evolución de Darwin son el propio marxismo, considerado por Marx como «una base científica natural para la lucha de clases», o el nazismo y los nacionalismos, con sus ideas sobre la supremacía de unas razas sobre otras. Dos enfoques que pervierten el propio funcionamiento de la naturaleza y que, por mucho que hayan resultado tan destructivos, aún mueven las aspiraciones y justificaciones de muchos.

De modo que, si queremos realmente encontrar soluciones a los problemas que nos acucian, debemos utilizar una de las adquisiciones evolutivas más interesantes, la inteligencia, con la capacidad de reflexión y el sentido crítico que emanan de ella. Las soluciones basadas en la naturaleza no pueden ser una nueva pancarta o un mantra más que nos lleven a comportarnos como un colectivo movido por perros pastores, sino el fruto de la reflexión acerca de las actuaciones más adecuadas en las condiciones del problema que necesitamos resolver.

No hay espacio en un artículo de opinión para desarrollar los criterios que permiten escoger la solución idónea en todos los casos posibles, pero sí podemos destacar algunos que constituyen los pilares para retrasar al máximo nuestra extinción o la pérdida de calidad de vida.

El primero es la necesidad ineludible de mantener la producción primaria y las redes tróficas. Es evidente que sin alimento ningún ecosistema sobrevive.

El segundo es que el crecimiento indefinido no es sostenible. Solo podremos mantener un determinado nivel de vida que esté en equilibrio con los flujos de energía. Por tanto, es fundamental establecer mecanismos reguladores que limiten el crecimiento descontrolado y optimicen la explotación de los recursos por debajo de su capacidad de carga y reposición.

El tercero es la importancia de independizarnos del entorno. Esta es la única flecha direccional que marca la evolución. Esto se consigue de muchas maneras. Mi favorita es la inteligencia que nos permite captar regularidades en el caos aparente de cómo funcionan las cosas. Con ello construimos modelos predictivos mentales que nos permiten anticipar el futuro y las consecuencias de nuestras decisiones y, así, evitar los problemas. Además, está el desarrollo de adaptaciones e infraestructuras. El gran salto evolutivo de los peces a los anfibios, los reptiles o las aves y a los mamíferos, no es prescindir del agua para desarrollar los embriones, sino no depender del mar o el lago durante todo el ciclo de vida, envolviendo el agua en un huevo, o incluso llevándola en la placenta mientras el embrión crece.

Ante la escasez de agua, la naturaleza ha desarrollado sistemas eficientes de captación, explotación y almacenamiento interno. Un ejemplo evidente son los árboles, los bosques y selvas tropicales que tanta biodiversidad albergan. Estos no serían posibles si las plantas no hubieran desarrollado sistemas de extracción buscando el nivel freático, conducciones que transporten el agua y los nutrientes a distancias lo más altas posible, donde las hojas pueden salir de la penumbra que producen otras plantas y utilizar la luz para hacer producción primaria que los alimenta a ellos mismos y a toda la biodiversidad del bosque.

El problema de las infraestructuras es que tienen tendencia (o la necesidad) de construirse con materiales poco degradables (como celulosas, lignina, queratina, quitina, tejidos óseos o esqueletos carbonatados). Esto reduce los costos de mantenimiento, pero también produce acúmulos de desechos difíciles de eliminar e inutilizables por la mayoría de los organismos. Así se forman turberas y bolsas de petróleo.

El problema de las infraestructuras desarrolladas por la especie humana es que alcanzan niveles máximos de durabilidad utilizando procesos no biosintéticos y productos potencialmente tóxicos, en un contexto que no busca que esa persistencia sirva para reducir su producción, sino por el contrario, fomentando el consumismo para no renunciar a la productividad. Esto, evidentemente, es insostenible y nos costará caro.

Otro problema es que, aunque la inteligencia escasea, los listillos abundan, y muchas infraestructuras no se construyen buscando resolver problemas, sino por hacer negocio, lo que, en lugar de solucionarlos, los acentúan.

En definitiva, las soluciones basadas en la naturaleza no pueden ser esa pancarta o el mantra que nos hipnotice, sino fruto de una reflexión seria sobre lo que necesitamos para garantizar el alimento, no deben buscar el enfrentamiento destructivo de supuestos buenos y malos, ni colocarnos en el extremo del desequilibrio que les permita a otros explotarnos, y sí deben ayudarnos a utilizar de forma racional y sostenible los recursos y a independizarnos del entorno y, sobre todo, ser compatibles con el mantenimiento de una heterogeneidad ambiental necesaria y de la integridad ecológica de los ecosistemas, particularmente los del Mar Menor y su cuenca vertiente.

Para ello es fundamental el conocimiento profundo de la naturaleza que nos sostiene, sus procesos y sus leyes fundamentales.

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