Una sociedad racista
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Cuando en una mente altamente inflamable introduces una cerilla, la explosión es inmediata y los resultados, imprevisiblesUn joven de 18 años entró hace una semana en un supermercado de Búfalo (Nueva York) y disparó a todas las personas negras que se ... cruzaban en su camino. El resultado fue diez muertos y tres heridos. Este joven había escrito un manifiesto de 180 páginas en el que se define como un supremacista blanco, fascista y antisemita, y en el que defiende la teoría conspirativa del «gran reemplazo», la cual sugiere que se intenta reemplazar a la población blanca con personas de color y acusa a los demócratas de estar usando la inmigración para conseguir votantes más obedientes. ¿Suena esto a algo? Algunos políticos conservadores han ido dándole pábulo a esta teoría en muchas declaraciones, y el gran problema es que siempre hay alguien dispuesto a creerse al pie de la letra hasta los argumentos más delirantes. En un contexto tan fuertemente radicalizado como el actual, todo lo que no sea posicionarse nítidamente contra el racismo supone una actitud de connivencia con él. Eso de criminalizar al inmigrante para, con posterioridad, diluir el odio hacia el otro en un discurso ambiguo que pretende huir de etiquetas es la nueva forma de racismo impulsada por la ultraderecha. Es el 'sí pero no' que inocula el veneno en las arterias de la sociedad. Porque aquellos que viven en el racismo como en su zona de confort escuchan el 'sí' y se olvidan de todo lo demás. Y luego sucede lo que sucede. Cuando en una mente altamente inflamable introduces una cerilla, la explosión es inmediata y los resultados, imprevisibles.
Pese a que la raza es una ficción y, como tal, es la consecuencia de un proceso de construcción cultural, sus efectos sobre la realidad de los individuos son devastadores. El racismo –como apunta George M. Fredrickson– posee dos componentes: diferencia y poder. Diferencia –mediante la clasificación– y poder –a través del menoscabo del otro como ser humano–. La raza, en realidad, comparte con la mancha una misma lógica: solo señala a los otros, a los que, durante siglos, han visto borradas todas sus trazas de subjetividad. Los esclavos negros eran castigados brutalmente solo por el hecho de atreverse a mirar a aquellos amos blancos a los que servían. Mirar es un derecho que únicamente pertenece a los que habitan el dominio de la ontología. Los demás son estrictamente eso: la parte no mencionada del todo, la que ha sido expulsada del nombre civilizador. Tal y como se encarga de advertir Richard Dyer, la asunción de que los blancos son solo personas «no dista mucho de decir que los blancos son personas mientras que la gente de otros colores son algo más». Y ese «algo más» es raza. «Hablar de las razas –asevera Dyer– es hablar acerca de todas las razas excepto de la blanca». En términos semejantes se expresa Faedra Chatard Carpenter cuando señala que, mientras que la blanquitud no está racializada, los «otros», en cambio, sí que son racializados en relación a la blanquitud.
Cualquier raza es sucia. El estereotipo racial es el destino aciago de los que no tienen poder, de aquellos cuya identidad viene determinada por la ausencia del ideal blanco. De un lado está la humanidad –la limpieza de la blanquitud– y, de otro, se encuentra la raza –la mancha, lo sucio–. Decir raza supone invocar a los 'no-blancos' y, por tanto, a todos aquellos a los que el término 'humano' no basta para definirlos. La raza es el conjunto de marcadores de suciedad que rezuma del hecho de ser humano. Como excedente, no posee un ontos ni un valor prestado. 'Los demás' son en este caso 'lo demás'. A los 'no-blancos' solo les queda 'no-ser'. Y este 'no-ser' no se produce y se reproduce como un 'de menos', sino como un 'de más'. Los 'no-blancos' carecen de subjetividad no tanto por ser 'menos que humanos' cuanto por ser 'algo más que humanos' –esto es: seres racializados–. La raza se encuentra vacía de ser. De hecho –y como sostiene Frantz Fanon–, «la ontología (...) no nos permite comprender el ser negro. Porque el negro no tiende ya a ser negro, sino a ser frente al blanco». En rigor, la cuestión de la raza es similar a la de la suciedad: lo sucio no constituye un valor en sí mismo; su identificación se realiza siempre frente a lo limpio. Como sentencia Fanon, «los negros son comparación (...), son siempre tributarios de la aparición del Otro». Un negro es un negro únicamente porque existe una estructura de dominio blanca que le recuerda su demasía: el color.
Vivimos en una sociedad racista, en la que el auge de los populismos de extrema derecha ha potenciado el contraste entre la piel blanca y todas aquellas que están marcadas por un color. Lo sucedido en Búfalo es solo la punta del iceberg del racismo que está creciendo bajo la superficie. Y, no seamos ingenuos, el problema no es exclusivo de los Estados Unidos. La facilidad para adquirir armas allí propicia que matanzas como la llevada a cabo por Payton Gendron resulten más frecuentes y causen más estruendo mediático. Pero también está el racismo que se expresa en actos cada vez menos sutiles en la cotidianidad. Y ese ya ha echado fuertes raíces en España y en la Región de Murcia. El odio ha perdido su pudor. Y si no lo remediamos, terminará por causar muertes en nuestras ciudades.
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