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Por una de esas ironías con las que el caprichoso destino teje insospechados lazos invisibles, la muerte del fabuloso actor Max Von Sydow ha ocurrido durante la eclosión de la actual pandemia viral. Al hilo de esta coincidencia, cabe recordar su genial interpretación –la de un caballero cruzado durante la epidemia de peste negra que asoló Europa en la Edad Media–, en la magistral película de Ingmar Bergman, titulada 'El Séptimo Sello'. Vislumbramos su estilizada figura, tan pausada, enfrascado en una partida de ajedrez que se intuye perdida de antemano, ante un adversario imbatible, como es la muerte. Ocurre en una atmósfera brumosa, desolada, de grisura propicia al desánimo, con lúgubres y oscuras resonancias. En su interpretación sublime –solo al alcance de actores tocados con la gracia del genio– con mínimos gestos de su rostro anguloso, la profunda tristeza que destila su mirada logra transmitir al espectador una compleja gama de emociones, emergiendo en su cara el poso de amargura que alberga su ánimo.

El ambiente tenebroso, lóbrego de las imágenes de Bergman es una condensación plástica del tedio vital nórdico, en una tradición que se remonta a pensadores que describieron con deslumbrante lucidez el malestar y la crisis de valores firmes sobre los que asentar la personalidad. Hablamos de Strindberg, Ibsen o Knut Hamsun, sobresalientes en su empeño de describir existencias atormentadas bajo el peso de la culpa. Seres angustiados, con un sentido del pecado exacerbado por la rigidez y la severidad protestantes, impuestos con implacable rigor sobre los modos de vida y las costumbres de la sociedad de su época.

Las reflexiones, en estos días de aislamiento social, están forzosamente teñidas de perspectivas igualmente inquietantes, ante el devenir incierto que vivimos. Una congoja en la que nos aferramos a experiencias similares en otros contextos, para aventurar soluciones que minimicen las aciagas consecuencias de todo orden en las que estamos inmersos. También esto pasará, cabe pensar, bien que con un inconmensurable peaje de dolor y sufrimiento. Para ello es ahora imprescindible el sacrificio del aislamiento social, con unas medidas de cuarentena restringiendo la movilidad de personas que han estado potencialmente expuestas, para reducir la posibilidad de contagiar a otros. Con ello evitaremos la transmisión de una entidad, el virus, invisible pero real. Un matiz que, aunque se usa de manera indistinta, desemboca en el aislamiento, que consiste en separar a personas ya enfermas de los sanos. Junto a las consabidas precauciones de algo tan común como el lavado frecuente de las manos, puesto que a la transmisión aérea se suma la posibilidad de que el virus puede sobrevivir durante algunas horas sobre algunas superficies.

Esta cuarentena de obligado cumplimiento, obvio es manifestarlo, provoca insospechados inconvenientes

Esta cuarentena de obligado cumplimiento, obvio es manifestarlo, provoca insospechados inconvenientes, acostumbrados como estábamos a una rutina asumida en un discurrir vital con sobresaltos, que asumimos como parte consustancial de las tribulaciones, las alegrías y los hábitos cotidianos, y que solventamos en la medida de nuestras posibilidades. La brusca ruptura de esta pandemia viral arrastra a los problemas de logística ya conocidos, con nuevas consecuencias achacables a la mera reclusión forzosa de semejante envergadura. Es un aspecto que viene estudiado en un excelente análisis que publicó, la semana pasada, la prestigiosa revista científica The Lancet. Los autores se embarcan en la tarea de revisar 3.166 artículos, extractando 24 y condensándolos en un trabajo que titulan 'El impacto psicológico de la cuarentena y el modo de reducirlo«, de acuerdo con la experiencia obtenida de crisis similares como el ébola o el SARS.

Señalan en sus conclusiones que, para sobrellevar una cuarentena, es esencial una buena información, para que pueda entenderse la imperiosa e inevitable necesidad de aplicar estas medidas con absoluto rigor. Y que esa información sea rápida y efectiva. Explican que la mayoría de reacciones adversas se producen por la imperativa restricción de libertad, con efectos psicológicos negativos como estrés postraumático, confusión y enojo, derivados del aburrimiento, el temor a ser infectados, las pérdidas financieras y el despido en el trabajo. Recalcan la necesidad de que el periodo de cuarentena sea corto. No debe prolongarse más allá de lo señalado y estrictamente necesario, salvo situaciones de fuerza mayor. Un enclaustramiento se tolera mejor si se hace ver que este sacrificio individual es una manera de ejercer la solidaridad, el altruismo, que revertirá en bienestar y salud para con quienes convivimos y a quienes desde nuestros puestos, ocupaciones y modos de vida nos debemos para disfrutar, como hasta ahora, de una sana y saludable convivencia. Agradable y feliz, una vez recobrada nuestra anhelada rutina.

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