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La televisión no tiene enmienda. De aquella antigua proclama ética que en sus orígenes la definía como un medio cuya finalidad es formar, informar y ... divertir, únicamente ha quedado la de divertir y ser un espectáculo de masas, cuanto más morboso mejor, que ha devorado a las otras dos. Tanto las televisiones públicas como las privadas, unas más que otras, han ido cayendo en un pozo de inmundicia difícil de aguantar sin que a los espectadores se les alteren los principios.
Por televisión se han retransmitido guerras en directo, aunque evitando mostrar el dolor de los civiles. Las muertes, las amputaciones, la tragedia inmensa de la población indefensa, el dolor de mujeres, ancianos y niños han sido revelados por informadores independientes. La televisión ha evitado mostrar las muertes de soldados, por lo que la información se ha convertido en un ejercicio de propaganda para justificar invasiones de imperialismos caducos. Así ha ocurrido en los Balcanes, Irak, Kuwait y Afganistán. El cine, posteriormente, ha contribuido a ello con películas sesgadas, construyendo un relato favorable a los intereses de Occidente con formas inicuas de manipulación artística.
El brutal asesinato de las niñas de Alcàsser fue un caso de manual de la perversión informativa, que planeó sobre el dolor de padres, familias y todo un país conmovido por el horrible suceso. Hubo un antes y un después tras aquello, pero en la dirección equivocada, la de ejercitar unos modos bochornosos de hacer información. La lección sobre lo que debe evitarse en la cobertura informativa de sucesos que conmueven los cimientos emotivos de una sociedad no sirvió de nada.
Todo ha empeorado hasta límites insospechados de morbo e irresponsabilidad. Las desdichas, como la materia orgánica en descomposición, atraen especímenes carroñeros. Los dramas colectivos actúan como un irresistible imán para las mentes demediadas. Ya pulula, cerca de las escorias del volcán de La Palma, un ejército de idiotas insensibles que se toman a broma el desastre de unas gentes y una tierra. Y mientras huyen caravanas de expulsados por la lava –¿hacia dónde, si lo han perdido todo?– hay necios autorretratándose junto al paisaje arrasado y presumiendo de originalidad en el universo pacato de las redes. Y los 'youtubers' e 'influencers', presentes para significar que están en la pomada de la actualidad y, de paso, vender no sé qué productos. Y una pobre ministra congratulándose –no hay mal que por bien no venga, pensaría– de que el suceso atraerá a miles de turistas a contemplar el fenómeno y rellenar las arcas de los municipios afectados. Porque hay un turismo que acude al olor de la desgracia.
Hoy, cualquier tragedia se convierte en un espectáculo audiovisual que aspira a los primeros puestos en las listas de audiencia. El mundo televisivo tiende a confundir la desgracia y el drama con el cine, tanto que, al final, no sabemos distinguir una catástrofe colectiva de una película emocionante.
El volcán de La Palma ha congregado al circo mediático. Junto a informadores serios, respetuosos, revolotea una charlatanería de actuantes a mayor gloria del espectáculo, olvidando la conmovedora desventura humana de los desalojados por la lava. Locutoras vestidas de blanco para dar veracidad a la lluvia de ceniza, reporteros de voces impostadas o chillonas para conmover al público, informadores con grotescas caretas antigás para certificar la contaminación del aire. Imágenes de casas devoradas por la lava, repetidas una y mil veces, tanto que sentimos el agobio de sus dueños asistiendo en directo a la pérdida de una vida de recuerdos, paisajes, emociones... Gente que debe sufrir con el empecinamiento y la repetición de esas brutales imágenes, porque la destrucción del pueblo de Todoque ha sido fotografiada casa por casa, patio por patio, palmera por palmera. Una experiencia triste, demoledora, inimaginable. Entrevistas a desplazados para sacar provecho del dolor de quienes lo pierden todo. Imágenes de fugitivos sobre la caja de camiones, rodeados de las escasas pertenencias que han podido salvar. Entrevistas a políticos que se hacen la foto y las ofertas de reparación que les darán agradecimiento y votos; ladridos de la oposición política que atiza la denuncia acusando de imprevisiones; opiniones de vulcanólogos, sismólogos y expertos de toda laya que alcanzan su minuto de gloria en la caja mágica de la televisión. Demasiada gente sacando provecho del horror y la desgracia.
El sistema es profundamente inmoral, recicla tanto la basura como el dolor, convirtiéndolos en cotas de audiencia, y, al fin, en dinero. Creo en el deber de informar y en el derecho a la información, pero en las debidas condiciones y con la ética como norte. La angustia, el dolor de los demás cotizan alto en la industria del espectáculo. Aún no hemos aprendido, ni aprenderemos nunca, lo que es la solidaridad con los señalados por el dedo aciago del destino.
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