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Leo recientemente en estas mismas páginas un interesante artículo del profesor de la Universidad de Murcia Pablo Artal. En él, el catedrático de la UMU se sorprende de que en tierras muy lejanas varias personas le hablen de un paisano medieval, árabe y sufí, Ibn ... Arabí, y que lo hagan con devoción y admiración. Y lamenta Artal que en su tierra, Murcia, se desconozca a personaje tan universal.
Hay que agradecer que el profesor nos traiga noticias de Ibn Arabí de tierras remotas, sirve para que muchos murcianos sepan que alguien nacido en nuestra tierra es un personaje global, venerado y admirado en muchos lugares. Pero, con todos los respetos, hay que decir al profesor que el llamado Maestro Máximo o hijo de Platón ya no es tan ignorado en Murcia. Claro, un poeta, filósofo y místico no es un héroe del fútbol o de la música pop, su popularidad siempre será infinitamente más humilde.
Sin embargo, el objetivo del artículo tendría pleno sentido hace tres décadas, hoy no tanto. Me explico. Desde las heroicas y voluntariosas indagaciones solitarias del ya desaparecido Paco García Albaladejo, a quien tanto hay que agradecer, las cosas han cambiado mucho. Decisiva fue la labor desde 1990 del entonces secretario general de la Consejería de Cultura, Francisco Sánchez, en la época de Esteban Egea como consejero. Sánchez, hoy director del INSS, entendió, sin ser un experto en ello, la verdadera grandeza del místico, y como primera medida impulsó y subvencionó una serie de congresos que yo mismo dirigí o coordiné por encargo de él, y en el que participaron los más grandes expertos, filósofos y estudiosos de todo el mundo; el primero se celebró en Murcia y el segundo, en 1992, en el pabellón de España durante la Expo, en Sevilla.
Es más, patrocinó dos viajes a la Universidad de Oxford, donde había un grupo de estudio sobre el sufí. A raíz de esas iniciativas, Murcia no solo fue –como ya lo era– una tierra mítica para sus seguidores, por ser su lugar de nacimiento, sino una referencia para los estudiosos. También se creó en la Editora Regional la magnífica colección 'Ibn Arabí', con traducciones de muchos de sus libros y ensayos sobre su obra, en la que se implicaron arabistas como Alfonso Carmona o, más tarde, otros arabistas más jóvenes, como Pablo Beneyto.
Desde entonces, y gracias a ese gigantesco esfuerzo inicial impulsado por Francisco Sánchez, ocurrieron muchas cosas. El centro municipal de arqueología creado por Julio Navarro llevó el nombre del santón; yo mismo publiqué una modesta biografía del sufí. Hasta una calle y un instituto llevan su nombre. Hoy, otros arabistas continúan la labor, como Pilar Garrido.
En fin, hay que agradecer al profesor Artal su artículo, pero es justo evocar el gran impulso pionero de Francisco Sánchez a estos estudios cuando fue secretario general de la Consejería de Cultura e Ibn Arabí sí era un desconocido en su tierra.
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