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Mi padre apuntaba en una agenda de bolsillo títulos de libros, nombres de músicos y de escritores. Escuchaba Radio 3 mientras fregaba los platos, y cuando el locutor hacía alguna referencia que le interesaba se secaba rápidamente las manos para anotarlo en su libreta de tapas verdes. Eran años preinternet (y prelavavajillas), no existía la posibilidad de contrastar información en ningún buscador a disposición, de modo que mantener vivo su tesauro cultural dependía de la agilidad de ese gesto. Copiaba recetas de platos que nunca cocinaría, y a veces trazaba a lápiz (uno grueso, de carpintero, al que sacaba punta con una navaja) bocetos de muebles que imaginaba en momentos de inspiración.
Estos días me he encontrado la libreta de mi padre. Será por este estado de incertidumbre que hace que tenga los sentidos más afinados, como si estuviera constantemente en una habitación a oscuras y hubiera desarrollado una mirada nocturna extraordinaria, será por esta razón digo, que he vinculado este hallazgo con aquel concepto de lo 'infraleve'. Una relación caprichosa, ya que entiendo que Duchamp imaginó lo infraleve como algo de una naturaleza distinta: mucho más sutil, imperceptible y caduco. Sobre todo efervescente. El calor que queda en un asiento que se acaba de abandonar, el roce de los pantalones al andar serían infraleves. El gesto mínimo que precede a una acción (el sonido de los labios secos, o el chasquido de la lengua, previos a emitir un sonido); lo que queda después de la acción (el vapor de agua en un espejo, el picor en el paladar que produce un alimento) me parecen infraleves. Acontecimientos que, por otra parte, solo ocurren si se presenta un observador que los notifique. Un receptor que no adolezca de una mirada miope, graduada por los parámetros de la normalidad (la vieja y la nueva).
Julio Cortázar también exploraba las posibilidades de la realidad. Sus personajes, sus perseguidores, se encuentran a menudo en una búsqueda que significa un viaje a ninguna parte, de manera que ese trayecto sin pretensiones sería el fin en sí mismo que justifica su descubrimiento de matices más allá de la evidencia. En su caso, tengo la sensación de que no se trata tanto de aquellos momentos infraleves como de desvelar lo fantástico en lo cotidiano. Tratar de describir la fractura leve que desmonta la línea recta oficial. Cortázar fue mi referente de adolescencia, y también Guy de Maupassant, y Poe. Y en esa ósmosis entre literatura y cine pronto me conectaría con los mundos de Malle, Bergman, Buñuel o David Lynch. Frente a estas propuestas disidentes que enriquecen nuestra estancia en el mundo nos tropezamos con la literalidad, con el lenguaje del burócrata: el reparto de evidencias y frases hechas. La reproducción en papel cebolla de reflexiones prestadas como respuesta automática a los estímulo de ahí afuera. Un aburrimiento.
Yo también tengo una libreta donde apunto ideas que me parece que tienen algún recorrido. En esas anotaciones que hago, lo más divertido es el juego de conexiones caprichosas que algunas veces se producen. Atracciones arbitrarias, combinaciones y carambolas. La frase en un libro que te lleva a un cuadro que te recuerda a la escena de una serie de Netflix que te aconsejó un amigo en un bar antes de la pandemia. 'Accidents waiting to happen', dice Thom Yorke.
Ahí va un accidente: hace unos días un compañero compartió el enlace de la conferencia que ofrecía una profesora, y que hablaba sobre la estética de la vida cotidiana. Puse el vídeo un rato mientras fregaba los platos. Un poco de Cartier-Bresson, otro tanto de Hopper. Estimulante. En un momento determinado, la profesora se refiere a Swann, el personaje de la obra de Proust, y en concreto a los parecidos que este establecía entre algunos personajes de la novela y los protagonistas de determinadas obras de arte. Justo una hora antes yo había leído un pasaje en el que Swann se refiere al parecido físico entre Bergotte (¿el tipo de escritor que Proust quería ser?) y el retrato del sultán Mahommet II de Bellini. Busqué el cuadro. El parecido que encontré entre el retratado y John Lennon me llevó a buscar un vinilo de los Beatles heredado de mis padres. No lo encontraba. Entonces empecé a mirar en sitios donde hacía tiempo que no limpiaba el polvo. Ahí estaba, discreta, pasando desapercibida en una estantería, la agenda de tapas verdes de mi padre. No sé si ocurrió exactamente así, pero seguro que fue algo parecido.
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