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Hubo un tiempo en que las cámaras de la tele pública tenían incorporadas luces antiniebla. La televisión de antes no se veía, más bien había que adivinarla entre el humo. Todo el mundo, incluyendo no fumadores, fumaba muchísimo en los programas (y hasta pedía whisky ... con hielo al realizador). Después de una maratón televidente de fin de semana a los niños había que sacarlos a la ventana, a que se les quitara el olor a tabaco agrio impregnado por todos los programas que se habían tragado, como se hacía con las americanas tras volver de los bares de mala muerte en la madrugada. Uno de aquellos programas que veíamos los niños (bueno, sería más exacto decir oíamos) fue 'La Clave', los viernes noche, presentado por José Luis Balbín, que ha muerto esta semana después de ausentarse varias décadas en una neblina de tabaco latakiado especialmente densa. Ya no se ven, excepto en la televisión francesa, programas como 'La Clave'; ahora los programas pueden efectivamente verse bien, el problema es que ya no hay nada interesante que echarse a los ojos.
En 'La Clave' se hacían muchas cosas hoy consideradas inauditas, no ya en la tele, sino en el mundo. Tener cómodos sillones con cenicero incorporado para los contertulios (entonces no se había inventado lo de 'tertulianos') y poder levantar la mano para pedir un calichazo en vaso alto en directo, sin que eso se considerase atentatorio contra los derechos de alguien eran solo las menores. Lo más sedicioso no era eso, sino que se podía hablar de cosas inteligentes. En definitiva, se podía hablar, algo tan peligroso. Contra lo que se cree, el que pudiera hablarse de cosas no se acabó con la generación 'millennial', sino con mucha anterioridad. Nada más empezar 'La Clave', en los libérrimos años 70, empezó a haber un murmullo de desaprobación entre las autoridades. Elevaron una ceja y ya no la bajaron. Eso de que se hablara en directo, sin más filtro que el establecido en el estudio por el espesado humo de los ducados y los condales, a cargo muchas veces de privilegiadas y por tanto peligrosas mentes, no estaba bien considerado incluso en aquel tiempo en que casi todo no estaba considerado de ninguna forma, ni teníamos, como hoy, al Estado intentando normativizar hasta cómo debemos mover el culo en la postura del misionero. Aquello pudo ir sorteándose como se pudo, hasta que el padre también socialista de la actual vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño, un tipo que también contribuía con su perenne pipa a que la tele pudiese verse menos, eliminó 'La Clave' y expulsó a Balbín, por hablar una noche de la OTAN. Se consideró, y no nos equivocábamos, que en España ya no era posible hablar de nada, solo gritar.
Tras 'La Clave' ya nada fue lo mismo. Todos nos volvimos más imbéciles en el país, se allanó el camino al satanismo 'woke' y ahí empezó a establecerse una cadena de transmisión entre las cajeras de supermercado y los puestos en el Consejo de Ministros.
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