Borrar

Signos de identidad

Las máscaras han sido elementos arraigados en casi todas las culturas, con distintos cometidos rituales

Lunes, 17 de agosto 2020, 08:42

Hasta no hace tanto, resultaba chocante ver a ciudadanos asiáticos deambulando por grandes urbes, embozados con mascarillas faciales para evitar respirar lo que se entreveía atmósfera contaminante. Lo teníamos como otra peculiaridad exótica oriental. Las mascarillas son ahora accesorios imprescindibles y obligatorios de nuestra indumentaria habitual. Una vez superadas, al parecer, no pocas controversias y reticencias iniciales, supone en cualquier caso una barrera de protección, como otro mecanismo que se incorpora a los reiterados consejos preventivos, para evitar el contagio viral. La irrupción de tan novedoso complemento en nuestros hábitos cotidianos –aparte de su función higiénica– lleva aparejada diversas consideraciones. Se trata de un elemento simbólico, visible en anuncios móviles que constantemente recuerdan la persistencia de una condición oculta, que puede afectar seriamente la salud. Un signo perceptible de alerta acerca de la presencia de organismos que, si bien son inapreciables por los sentidos –circunstancia que tiende a minusvalorar las recomendaciones para evitar contagios–, son, no obstante, entidades reales, vivas, ampliamente diseminadas por el ambiente. Y además en lugares insospechados, con capacidad sobrada para provocar infecciones.

Añádase a esta consideración sobre el embozo de la cara –generalizado su empleo por la población– el aliciente que aporta como un detalle de señales proyectadas al exterior, muestrario de los rasgos de identidad propios. Las mascarillas han venido a sumarse a atributos tales como el pelo, la vestimenta o el modo de movernos, para dar a conocer peculiaridades de la personalidad. De modo que en esa fugaz ojeada con quienes nos cruzamos, tendemos por inercia a establecer rápidas conclusiones, forjándonos una inmediata impresión sobre los otros. Simplemente de modo visual, a través de la mirada. Circunstancia esta que induce de modo inconsciente a la aceptación, desagrado o simplemente indiferencia, solo por el aspecto externo. Se revela como un recurso de interés para la mercadotecnia con fines comerciales, ya sea en la moda o para divulgar diversas ideas. Propuestas visuales amables en las que reviste capital importancia el medio de transmisión, como soporte del mensaje subyacente. Así se desprende de la diversidad de diseños en circulación. Suponen ocasión propicia para difundir reclamos directos o en clave, en consonancia con esa simbología tan moderna, tendente a propagar informaciones en camisetas, pulseras o tatuajes. Sea mostrando opciones políticas, sociales, o sencillamente diseños atrevidos para despertar la atención del respetable. Y de paso, al igual que ocurre con otros complementos de moda, suscitar el deseo de poseerlos.

Las máscaras han sido elementos arraigados en casi todas las culturas, con distintos cometidos rituales, de cariz mágico-religioso, funerario, como el disfraz o en las representaciones teatrales. Asimismo, en el ámbito médico gozan de una larga tradición. Empleadas por el pensamiento mágico en sociedades primitivas, en ceremoniales chamánicos de sanación, en la medicina científica occidental, se comenzaron a utilizar con fines protectores, durante la época medieval, para combatir la peste. Lo atestiguan singulares grabados en los que el físico, revestido de amplios ropajes, se cubría la cara con una careta en forma de pico de pájaro, para evitar respirar las conocidas como miasmas, efluvios aéreos que se suponía fuente de los contagios. Es esta una hipótesis no tan desencaminada, que confirma la teoría microbiana de Pasteur, atribuyendo la causa de las infecciones a microorganismos ampliamente diseminados por el ambiente. Con esta finalidad preventiva se adaptaron a su cometido más conocido: las intervenciones quirúrgicas, con lo que se redujeron de forma considerable –junto con gorros, guantes y batas estériles– las temibles infecciones de las heridas posoperatorias. Un uso rutinario en la sanidad para evitar contagiarse y contagiar a otros.

En esa ojeada sobre caras tapadas, ocultas tras las máscaras, difíciles a veces de reconocer a simple vista, se han establecido incluso cuestiones de naturaleza psicológica, según el modelo elegido. Desde los que lucen las normales, de papel, catalogados como personas tranquilas que no desean llamar la atención y quieren pasar desapercibidas. Hasta aquellos de sólidas convicciones, exhibiendo públicamente afirmaciones y reivindicando una postura determinada. O las de carácter solidario de las organizaciones altruistas. O las de atrevidos diseños para estar a la última de los modernos habituales. Incluso el acto de no llevarlas, que supone expresión de rebeldía –reprochable y censurable–, dada la proliferación de brotes en los que estamos inmersos. A las reflexiones apuntadas cabría añadir y celebrar su destacado valor durante la eclosión de la pandemia cuando, ante su escasez y la perentoria necesidad de la atención sanitaria, un gigantesco impulso de colaboración movió a tantos voluntarios a lanzarse a confeccionarlas. Con independencia de su diseño –aunque no despierten la atención– sean bienvenidas, en aras a la razón principal de recomendarlas: su eficacia para preservar la salud individual. Y lo más esencial, si tenemos presente que su principal cometido es proteger a los demás.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad Signos de identidad