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Pues sí: hoy empieza la Semana Santa. Dirán que el pasado Viernes de Dolores ya hubo procesión. Eso es. Pero si hablamos de semana, una semana tiene siete días por muy santa que sea, y ya está bien que se alargue a ocho, si contamos ... de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección. Sea como fuere, aquí están los nazarenos, los estantes &ndashque llevan los pasos&ndash, los aludidos pasos, los pitos y los tambores, los caramelos, las monas con huevo, las habas &ndashsi la lluvia ha dejado alguna&ndash, las sillas para alquilar, las esquinas para ver pasar el cortejo, el tío de los globos, la saeta de Serrat, las autoridades civiles y eclesiásticas cerrando la marcha... toda una parafernalia que los murcianos de pro, y las murcianas, por supuesto, echaban de menos tras dos largos años en los que la pandemia evitó semejante explosión popular. Fuera penas. ¡Ya está aquí la Semana Santa!
¡Santa Semana! No nos meteremos en honduras históricas: que si el concilio de Nicea, siglo IV, estableció la Pascua cristiana diferenciándola de la judía, con la obligación de que se celebrara el domingo siguiente al equinoccio de primavera; que si el de Trento, siglo XVI, dignificó santos y vírgenes frente a las sobrias propuestas de Lutero; que si fue antes Zamora o Salamanca la ciudad que constituyó la primera cofradía en España... Estamos de vacaciones, las aulas cerradas, ¡ya vendrá quien nos dé las lecciones precisas cuando las necesitemos! El caso es que la Semana Santa, al menos desde el siglo XVIII, se ha constituido en nuestro país en referencia imprescindible de esa mezcla tan nuestra de piedad y jolgorio. Antes eran cruces las que desfilaban; luego han sido santos, vírgenes y cristos los que salen a la calle en procesión, en una carrera por la ostentación, por la riqueza ornamental y por llevar mejor las imágenes. Tal es así, que cuando a lo largo del siglo anterior se inició la costumbre del turismo, los llamados desfiles pasionales se erigieron como uno de los máximos referentes para atraer públicos. No importaba, ni importa, el contenido religioso de los mismos tanto como la fiesta que los rodea. Qué otra cosa es la batalla por conseguir el título de «declarada de Interés Turístico Nacional o Internacional». Hoy día, la Semana Santa es más turismo que celebración piadosa. Y la prueba la tenemos en estos dos años pasados, canceladas las procesiones por la presencia de la Covid, que han supuesto una enorme merma de ingresos en hoteles y restaurantes.
Lo que nos lleva a sospechar que el ingrediente pagano se mezcla aquí de manera peligrosa con el religioso. No es que lo anule, ni mucho menos: lo rebaja. Tampoco hay que ponerse estupendo y demonizar la fiesta por no contener el espíritu religioso que se le supone. Ni apelar a una encuesta en la que se preguntara a los nazarenos por qué salen en las procesiones; si alguna vez piensa en el significado de ese santo o santos que portan sus compañeros, o él mismo; si los caramelos que dan simbolizan algo o no simboliza nada... No seré yo quien se haga cruces con todas estas vacilaciones de la fe, por llamarlas de pedante manera, ni quien ponga en cuestión el contenido místico de esta fiesta, que lo podría hacer.
No merece la pena para quien, en su mocedad, gustó del placer del encapuchado, bien que por tiempo escaso; quien intentó vivir desde dentro lo que suponía cinco o seis horas de desfile más o menos acompasado; quien, cada vez menos, aguanta el paso de estantes, pasos y penitentes sentado en silla conseguida ahora a través de la web &ndashlo que emparenta la cosa muy mucho con teatros, conciertos y espectáculos– o quien recuerda aquellos versos de Antonio Machado en los que retrataba a un don Guido, de escasa o corta moral &ndashllegó a tener un serrallo&ndash, pagano por más señas, que salía el Jueves Santo con un cirio en la mano, «aquel trueno, vestido de nazareno». Esto es poesía, es arte, y sirve para el recuerdo y la complacencia de un poema inolvidable, no para otra cosa. De nada vale escudriñar lo que nos dejan ver los ojos de los encapuchados para comprobar cuántos don Guidos siguen portando velas y cruces. ¡Para qué! ¡Hay tantos políticos que hacen discursos casi a diario en pésimos ejercicios de oratoria, que bastante tenemos con soportarlos! Descansemos, por una semana, una santa semana, de palabras banales mientras saboreamos un caramelo nazareno.
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