Sánchez y la tabla redonda

Arturo, hijo de Uther Pendragon, fue el más famoso rey de Bretaña. Su leyenda ha trascendido el paso de los siglos y tanto su victoria sobre los sajones, cuanto su matrimonio con la bella Ginebra y el empeño también de sus caballeros en la búsqueda del Santo Grial han llenado páginas y páginas de libros y metros y metros de celuloide.

Si hablo de la Mesa Redonda, de la espada Excálibur o del Santo Grial, casi todos mis queridos lectores lo asimilarán con las leyendas 'artúricas'. Redonda para significar que nadie, excepto el rey, era más importante que cualquier otro, y que las leyendas ubican en el castillo de Winchester. En ella se sentaban los doce caballeros que Arturo había seleccionado no tanto por su ardor y triunfos en la batalla, sino por profesar los ideales que inspiraban la Orden de la Caballería: libertad, apoyo a los más desfavorecidos, lucha contra el mal y defensa de la Cruz. En ocasiones, el mago Merlín, consejero preferido del rey, compartía mesa con Sir Lancelot, Sir Galahad, Sir Percival y otros nobles caballeros para discutir asuntos que afectaban al reino, a su prosperidad y a su seguridad.

Los españoles de a pie, los que cada día levantan la persiana para allegar algún garbanzo a su olla y entre todos hacen más próspera nuestra España, es decir los pocos que no se dedican a la política, están unos asombrados, otros, indignados y tal vez la mayoría ajenos a esta mesa recién celebrada, ni redonda ni cuadrada, donde con la presidencia del traidor don Sánchez se acaba de representar el más indigno y pornográfico sainete de nuestra reciente democracia.

El antiguo, poderoso, católico y envidiado Reino de España, representado por su Gobierno, ha compartido mesa con una serie de imputados, inhabilitados y enemigos de España que para nada representan a la mayoría de ese pueblo antiguo, capaz, trabajador y amante de sus tradiciones, el catalán, que en épocas pasadas asombró al mundo y en épocas recientes ha sido ejemplo para muchos de sus compatriotas. Y esa absurda claudicación del Gobierno se hace no para algo importante o trascendental, sino para que el taimado don Sánchez pueda, unos meses, quizás un par de años más, disfrutar de las prebendas que disfruta quien tiene el honor de ser el presidente del Gobierno de España.

En esa mesa no se han sentado ni se van a sentar caballeros para discutir sobre el progreso de nuestra patria o del bienestar de los españoles, sino precisamente los que quieren destruirla, los sediciosos, acompañados de ministros locos por seguir en el 'machito'.

Don Sánchez ha perdido el 'oremus' y si no somos capaces de parar su locura puede acabar con todo. Me precio de haber conocido y compartido momentos importantes y amistad con nobles e inteligentes socialistas y a ellos les pregunto: ¿pensáis que esta deriva de vuestro líder es buena para el común de los españoles? ¿Es tanto el miedo que tienen algunos de perder parte de los momios que su situación política les depara como para guardar tan escandaloso silencio? Cuando el caos nos invada, los únicos que van a sacar tajada son los chantajistas al mando de don Iglesias, que cada día que pasa le está robando la merienda a don Sánchez, utilizándolo para tapar, entre otras cosas, toda la podredumbre de la financiación de Podemos por Maduro y los ayatolás iraníes. La temeridad del presidente permitiendo que un comunista radical pueda conocer los secretos de Estado, aparte de ser un anticipo de la ruina que nos espera, es algo mucho más preocupante porque parece indicar que Sánchez, al que hasta hace poco le quitaba el sueño la posibilidad de compartir cama con estos personajes, sometido al chantaje del de Galapagar, no para de ceder a todas sus imposiciones.

Siendo lo de la mesa una indignidad, no es sino el prólogo de lo que nos espera ante la sumisión total del líder socialista al peligroso antisistema y antiespañol de don Iglesias y su incompetente compañera. Es responsabilidad de los socialistas de bien parar esta locura; si no lo hacen, no habrá oraciones bastantes que nos puedan librar de este diluvio.