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Es el tercer día del Triduo Pascual, que lo conforman tres días: jueves, viernes y sábado, aunque hay que tener en consideración que los días, ... en la época de Jesús, no se computaban exactamente como en la actualidad. Ahora, el comienzo del día tiene lugar a las 00'00 horas y termina a las 24'00 horas, mientras que entonces, los días abarcaban el periodo de tiempo desde la salida del sol hasta su ocaso. El tiempo restante eran las llamadas vigilias. De esta manera, el sábado, al ponerse el sol, termina el día y comienza la vigilia. Al despuntar el siguiente día, con los primeros rayos de sol del domingo, tiene lugar el gran acontecimiento de la Resurrección, lo que dio pie a que, ya desde las primeras comunidades cristianas, denominaran el día del domingo como el Día del Señor.
El sábado santo es el día en el que, provisionalmente, reina la oscuridad, el reino de las tinieblas. Es el día de la decepción, el día en que todo se ha hundido, en el que el proyecto en el que los discípulos de Jesús y mucha gente tenían puestas sus ilusiones y todo parece indicar que ha fracasado. Es el día de la derrota, de la gran frustración. Ha desaparecido el líder, el Maestro y todo se viene abajo.
Es probable que mucha gente haya experimentado grandes desengaños en sus vidas: un amor que no fue correspondido, un fracaso profesional, una enfermedad o un accidente que trastoca el futuro, etc. Los que hayan sufrido alguna de estas experiencias estarán en condiciones de poder acercarse a comprender el sentimiento de hundimiento y desplome que debían sentir los discípulos de Jesús.
Pero también es el día del silencio de Dios, el día que, aparentemente, Dios o está dormido, o está ausente o, sencillamente, no existe y todo ha sido un puro invento, un engaño. Es también el día de la expectación, de la incertidumbre, de las dudas. Algunos recuerdan lo que dijo Jesús: «Tendré que padecer y morir, pero al tercer día resucitaré». Tímidamente, algunos se agarran a estas palabras misteriosas, que no sabían interpretar adecuadamente, porque, según la creencia general, los muertos resucitarán en el último día, por lo tanto, no tenían nada claro que la resurrección de Jesús se produjera de forma inminente y, por otra parte, aunque habían sido testigos de tres resucitaciones, ¿quién le iba a resucitar a él?.
Sábado Santo es el día en el que el Señor de la Vida baja hasta el abismo, a encontrarse con Adán y todos los que permanecían a la espera de esta hora. Cristo, vencedor de la muerte, los rescata, les ordena levantarse y les lleva a la Casa de la Vida, a sentarse a la mesa del banquete que no acaba.
¿Cuál era el estado de ánimo de los discípulos? De la Sagrada Escritura se desprende que estaban muertos de miedo. Se encerraron en una casa, probablemente en la misma en la que celebraron la última cena. «Se encontraban recluidos en una casa por miedo a los judíos». Temían que, de un momento a otro, se presentaran los guardias del Sanedrín para prenderlos, como discípulos del Maestro.
La confusión, el desconcierto, el temor eran los sentimientos que revoloteaban en aquel ambiente. Sin embargo, hay algo que fue fundamental para el cambio radical que se produciría más tarde, y es el mantenimiento de la unión del equipo. El hecho de permanecer juntos fue crucial, y nos sirve de paradigma para poder vencer las dificultades que la vida nos presenta de vez en cuando. Permanecer unido cuando llevamos el viento en contra es decisivo para superar cualquier dificultad, pues realmente funciona el apoyo anímico recíproco. Se sustentaban y fortalecían mutuamente. La división juega en nuestra contra y eso es lo que quiere el diablo, nombre griego que significa «el que separa o divide». La unidad fue una de las pocas cosas que Jesús pidió al Padre en su oración sacerdotal, pronunciada después de la última cena. Uno de los grandes objetivos que persigue Jesús es la unión de todos los seres humanos: «Padre, guarda a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros». Al cierre de los tiempos, en el mundo nuevo, existirá una unión, o mejor com-unión, entre todos los habitantes del Cielo.
No podemos olvidar otro importantísimo factor de solidez y consolidación del grupo, y es la presencia de la Virgen María. A partir de la celebración de las bodas de Caná, María fue una acompañante habitual del grupo que lideraba Jesús. María y un pequeño grupo de mujeres les acompañaban y les asistían. Para todos los miembros del grupo, María era como una madre. La fe de María en su hijo Jesús, hasta en los momentos más complicados, siempre fue absoluta, su estado de ánimo, que mantuvo a pesar del dolor que le produjo ser testigo directo de la pasión y muerte de su hijo, constituyó un elemento de primer orden para mantener la calma y la esperanza de aquel grupo de hombres temerosos y desilusionados.
Sábado Santo, un breve paréntesis temporal en el que las tinieblas se enseñorean y gobiernan el mundo, pero pronto amanecerá y, con los primeros rayos de sol, se producirá el gran acontecimiento que marca el punto álgido de la historia de la humanidad, el centro y fundamento de la vida del cristiano. En la madrugada entre el sábado y el domingo tendrá lugar la gran victoria de Jesús sobre los dos grandes enemigos del hombre: el pecado y la muerte. El día del Sábado Santo es el día que hacemos la travesía desde las tinieblas a la luz.
Sábado Santo, día de silencio, de temor, de incertidumbre, pero también de expectación y de esperanza. Mañana es Domingo de Resurrección, y las cosas las veremos de otra manera.
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