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Yo la llamaba Olanka, como los personajes de Chéjov, usando el diminutivo cariñoso porque se llamaba Olga. Era fanática de Putin y de la Unión Soviética dura, toda su familia lo era, y natural de lo que fue Stalingrado, apenas enmascarada desde los tiempos de ... Nikita Jruschev como Volgogrado. Una ciudad espantosa de nueva creación, contaminada, pobre y gris. Abominaba del revisionista Gorbachov y de todo aquello que había traído las impertinentes libertades, y lamentaba la falta de torturas y de algún buen genocidio, que estimaba como medidas higiénicas defensivas en la madrecita patria. Era encantadora, de un encanto perfectamente estudiado, tras acabar varias carreras de ciencias. Tenía un gigantesco computador de aquellos de tarjetas troqueladas en la mente y –me lo demostró– un corazón de oro, y al fondo de ese corazón por supuesto una caja registradora también de oro (los rusos, como los chinos, se pierden por los dorados).

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laverdad Mi rusa