Secciones
Servicios
Destacamos
De todas las anécdotas que nos dejó Mario Vargas Llosa, una de las más recordadas hoy es la que acaba con Gabriel García Márquez en ... el suelo y un ojo morado después de que este le propinara un puñetazo una noche de 1976 en México. Sobre lo que pasó nunca dieron explicaciones públicas sus protagonistas, hasta entonces amigos, pero todas las versiones coinciden en señalar a un asunto de celos. Lo que a mí más me ha llamado siempre la atención del suceso es la explicación que García Márquez difundió entre conocidos y biógrafos, a quienes explicó que el impacto le pilló desprevenido y con los brazos abiertos porque se acercó convencido de que iba recibir un abrazo, en lugar del derechazo que lo envió al suelo.
Hay veces en que la amenaza no se ve, que es justo cuando más daño puede hacerte. Como mecanismo de defensa, el miedo es bastante pobre, porque es libre y muchas veces infundado, mientras que el peligro solo puede ser real y acostumbra a dar pocos avisos.
Con los años, nuestros temores van reduciéndose en número y creciendo en intensidad, de forma que los niños tienen un poco de miedo a todo, y los adultos, solo pánico a unas pocas cosas.
En la infancia se tiene miedo a los monstruos, las sombras, la oscuridad, a quedarse solo, a los ruidos demasiado fuertes, a perderse en un supermercado, a los extraños, los dentistas, y las calles en silencio, a las puertas entreabiertas o los pasillos demasiado largos. En la adolescencia, en cambio, el pavor ya se concentra en una lista más reducida de cuestiones que, con suerte, acabas por ver como ridículas: no ir bien peinado, no integrarte en un grupo, miedo al cambio. Ya de adultos, lo que nos asusta no es tan inocuo, pues suele tener que ver con lo irremediable. Llegan el miedo a la muerte, a que falte tiempo, a la soledad, a no encontrar un propósito, a encontrarlo ya tarde.
Son temores por lo general más grandes, aunque hay excepciones. No faltan adultos atemorizados ante riesgos de baja estatura, con miedo a los niños, por ejemplo. Vox hace bandera del cierre del centro de menores de Santa Cruz, a los que señala como grandes criminales, mientras inventa un equilibrio imposible para defender al mismo tiempo que lo que busca es el bien superior del menor, al que aboga por mandar a su país de origen, del que siempre olvida que vino huyendo.
El PP, necesitado de Presupuestos, va haciendo incómodas concesiones a Vox en su discurso, como si no viera el riesgo que asume al abandonar su sitio, como García Márquez en México. En un pacto político, siempre hay uno que busca un abrazo y otro que prepara el puño.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.