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Puede que en unos años nos hayamos acostumbrado ya a ponerle nota a la lluvia, como el jurado de unos Juegos Olímpicos del ciclo del ... agua. Con el cielo abonado al gris desde hace casi un mes, he empezado a normalizar las valoraciones, un tanto imprecisas, que salpican ahora las calles, los bares y hasta los ascensores. «Está lloviendo bien», dice uno en referencia a las precipitaciones constantes pero carentes de violencia sobre la ciudad de Murcia. Le doy un siete con ocho, pienso yo, y me imagino a esa lluvia recién caída esperando nuestra opinión sobre su largo viaje desde la troposfera, como la gimnasta que extiende los brazos y junta las piernas al acabar el mortal hacia atrás, aguardando en el frío de la colchoneta el veredicto sobre su ejercicio.
Si decimos que está lloviendo bien es porque sabemos que también puede hacerlo rematadamente mal, y que cuando eso sucede surgen torrentes irrefrenables con los que el agua recupera su lugar y reclama las escrituras de las ramblas.
Uno de esos días deshizo este fin de semana el puente romano de Talavera de la Reina, dejando una imagen a la que siguió cierto alivio tras saberse que la infraestructura solo tenía de romana el apellido popular, y que su fisionomía, de origen medieval, ha sufrido tantas reconstrucciones, algunas muy recientes, que muchos lo llaman el puente de los remiendos.
A los puentes no les ponemos nota, pero está empezando a consolidarse, junto a la costumbre de valorar la lluvia, una nueva tendencia: la de evaluar también a los meteorólogos. La «necesidad de mejorar las previsiones» a la que hizo mención el consejero de Presidencia de la Región de Murcia, Marcos Ortuño, el otro día, antes de anunciar la petición de una reunión para tratar el asunto con los responsables de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), generó la reacción inmediata de la delegada del Gobierno, Mariola Guevara, a la que la sugerencia le recordó, según enumeró, a otras afirmaciones recientes de gobernantes como Mazón en Valencia, Juanma Moreno en Andalucía o el alcalde Fulgencio Gil en Lorca, que criticó la escasa anticipación con la tromba que inundó Águilas.
Abrió la veda Moreno en septiembre de 2023, cuando el problema aún era alarmar de más y no de menos. «Prudencia, toda. Rigor, también», escribió tras una alerta roja en Madrid que se diluyó sin catástrofe. Dio así pábulo a esa idea cargada de riesgo que hemos escuchado repetirse desde la crisis por la gestión de la dana en Valencia: que la Aemet no hace bien su trabajo.
Si algo nos ha enseñado la lluvia es que es mucho más fácil dejar caer puentes que tenderlos. Por eso, cuidar de los que siguen en pie entre las instituciones debería ser obsesión de todos. Quedan cada vez menos, y luego todo son remiendos.
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