Secciones
Servicios
Destacamos
Es cierto que los seres humanos nos acercamos a la realidad con inevitables ideas preconcebidas. Son estas las que nos hacen militar en banderías antes de conocer en profundidad las cosas.
No pasaría nada si no fuera por lo difícil que resulta decir: «pues mira ... qué bien, estaba equivocado». La causa de dicha dificultad, más que la negativa al reconocimiento de los errores, creo que estriba en la capacidad de lo preconcebido como cristal distorsionador con el que se miran las cosas.
La historia podría definirse como la pugna del individuo para romper ese cristal. La humanidad avanza cuando Galileo, Luther King o Da Vinci logran romper la pretendida evidencia de los prejuicios.
Sin embargo, son habitualmente los que, instalados en esa percepción apriorística, son incapaces de superarla, pretenden responder con sus limitadas claves a los retos del futuro. Ningún grupo se salva de contar con un importante número entre sus filas.
En su día, hace mucho tiempo, cité a Ned Ludd como ejemplo paradigmático cercano al movimiento sindical. Los luditas, entre 1811 y 1812, trataron de resolver el futuro que les amenazaba destrozando la maquinaria de la nueva industria que advertía de la eliminación de sus puestos de trabajo. Fue la respuesta a los retos de la industrialización desde sus claves preconcebidas. Rotundamente, se equivocaron.
De la misma forma que se equivocan quienes pretenden luchar contra el desarrollo de las nuevas tecnologías o la digitalización. La contestación a los retos de las nuevas preguntas no reside ni en romper los engranajes de aquello que puede liberar al ser humano de limitaciones ni en poner vallas en la reducida 'aldea global'.
La respuesta está en conseguir romper el cristal de las también preconcebidas ideas, de lo que pretende constituirse en pensamiento y alternativa únicos. Por ello, profundizar en la investigación y el desarrollo no es bueno, es necesario. Las sociedades que no inviertan en ello están condenadas a sufrir un retraso histórico. Investigación y desarrollo constituyen palancas de promesa de tiempo, de ruptura de cánones de espacio.
Hacer más en menos tiempo, con menor coste, sin fronteras. Eso es bueno, pero supone a su vez un reto para los prejuicios de quienes son incapaces de imaginar un modelo en el que, la necesaria competitividad, no constituya un fin en sí misma.
Es el engaño de la gran idea preconcebida de la sociedad actual: «No será bueno, pero es necesario». Si no es bueno, es que tiene alternativa.
El tiempo y el espacio son las dimensiones que han delimitado siempre al individuo. La capacidad de superación del ser humano es el proceso que le hace evolucionar. Por ello, la evolución de las nuevas tecnologías nos puede llegar a dar respuestas sobre el cómo, pero solo los hombres somos capaces de decidir para qué.
Nunca hay una respuesta única para los retos. Y no es cierto que debamos conformarnos con las que hoy se están dando. Y aquí entra en juego la relación entre industria 4.0 y Responsabilidad Social. Una nueva revolución en los procesos de transformación y producción de bienes y servicios, que algunos expertos califican ya como la Cuarta Revolución Industrial.
Sin olvidar los avances en la ciencia y en la tecnología que verifican que el mundo que miramos está cambiando minuto a minuto, como por ejemplo cuando hace un par de años el equipo de Juan Carlos Izpisua logró crear por primera vez quimeras de humano y mono en un laboratorio de China, un importante paso hacia su objetivo final: fabricar órganos para trasplantes y salvar vidas. Como diría la cantante Rigoberta Bandini: «Dios y la fe tienen mucho que ver con expansión, con no tener límites».
Todas estas cuestiones están en mi día a día, y en el de las personas que dan vida al equipo de la Cátedra Internacional de Responsabilidad Social de la UCAM. Investigadoras (ellas son mayoría) que durante dos años hemos trabajado con colegas de Alemania, Bulgaria y Serbia en un proyecto Erasmus Plus que, desde un enfoque humanista, tenía como objeto fabricarle un rostro o cara de persona a las máquinas.
Probablemente, filósofos griegos como Aristóteles, Platón o Sócrates pudieron dedicarle más tiempo a la tarea de pensar gracias a que gran parte de los trabajos físicos eran hechos por los esclavos. Una faena, sobre todo si en la ruleta de la vida te toca ser esclavo. Definitivamente, en los tiempos que corren podemos alegrarnos de la abolición de la esclavitud en la mayor parte de los países del mundo, y apostar desde la ética por la inteligencia artificial al servicio del ser humano. Un Sócrates de vez en cuando no nos vendría nada mal. A ver si hay suerte.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.