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La Ley 5/2004 del Voluntariado en la Región de Murcia, modificada parcialmente en 2007 y que ahora se encuentra en revisión por parte de ... la Consejería de Política Social, Familias e Igualdad en colaboración con organizaciones relacionadas directamente con este ámbito, entre las que se encuentra la que represento, lo define como el conjunto de actividades dirigidas a la satisfacción de áreas de interés general, desarrolladas por personas físicas (los voluntarios), a través de entidades públicas o privadas, siempre que cumplan una serie de principios y condiciones de las que podríamos destacar las que se hagan con un carácter continuo, altruista, responsable y solidario, además de que su realización sea voluntaria y libre, fuera del ámbito de una relación laboral, funcionarial, mercantil, sin ningún tipo de contraprestación económica (cursiva literal de algunos artículos extractados de la ley).
En esta definición, que es común en cualquier normativa, se encuentra sintetizada la esencia del voluntariado, y por mucho que desdibujáramos el lenguaje, prevalecería de modo invariable, porque de no ser así, estaríamos hablando de otra figura de participación ciudadana, pero no de voluntariado ni de voluntarios. La persona voluntaria es solidaria en esencia, pero quien ejerce la solidaridad (en momentos coyunturales y de forma individual) no podemos reconocerla como voluntaria. Sin embargo, se emplean confusamente como equivalentes.
Desde hace tiempo estamos asistiendo a una evolución de las organizaciones sociales coincidentes en este ámbito, basada en la profesionalización de las que pueden mantener cuadros técnicos.
Y esta profesionalización contribuye a dar una continuidad positiva a los proyectos emprendidos que los voluntarios solo pueden complementar en su tiempo libre, ya que la ley prohíbe una dedicación completa diaria, aun siendo sin remuneración. No obstante, este aspecto requiere de una profunda revisión, incluso para contemplar las posibles excepciones.
El voluntario debe ejercer su compromiso con el máximo respeto (no solo pensemos en el ámbito de lo social, sino en campos emergentes ya consolidados como el medio ambiente, la cultura, la educación o el deporte, entre otros), porque ser voluntario no implica una actitud voluntarista. No es suficiente el ánimo que en ello se ponga, sino que debe hacerse desde la reflexión y la formación adecuadas: derecho de la persona ejerciente, obligación de la entidad de acogida.
Los sustantivos voluntario y profesional pudieran resultar antónimos, ya que por definición estarían alejados el uno del otro, pero confluyen en simbiosis porque la actividad llevada a cabo para tener éxito ha de realizarse con una disciplina metodológica basada en el estudio y la capacidad: no basta con poner el corazón, necesario como primera respuesta emocional, sino que además la razón ha de conformar el segundo coadyuvante motivador.
Pero puede que, en estos momentos de tránsito del voluntariado, no se sabe muy bien hacia dónde, exista una clara confusión, a veces no exenta de cierta sutileza:
Organizaciones que participan en reuniones (relevantes) y actos institucionales –para el voluntariado– en horario laboral, donde solo es posible asistir trabajadores contratados o personas voluntarias muy concretas. Cierto que el voluntariado no tiene un horario para su ejercicio, pero no tener en cuenta el perfil mayoritario de los voluntarios para encontrar puntos de encuentro, supone una exclusión contradictoria pero ya naturalizada, incluso por las propias organizaciones.
Reuniones y actos de las organizaciones entre sí, que no favorecen la participación de sus voluntarios en los asuntos que les conciernen, por lo que cuando una asociación carece de profesionales resulta muy difícil seguir el ritmo impuesto, que no pactado, de algunas de las más influyentes. Curioso modo de ejercer la (in)solidaridad, mercantilizada por intereses ajenos a los que debieran estar obligadas y comprometidas.
Administraciones que cuentan con voluntarios, pero que no promocionan prioritariamente al de las asociaciones al habilitar insuficientes o nulos presupuestos y programas de concienciación.
Instituciones académicas que dan créditos a los estudiantes que realizan tareas que aportan a sus currículums experiencia (gratificante), positiva, valiosa y oportunista, todo al mismo tiempo, sin duda, pero a la que no debieran llamar voluntariado.
La profesionalización de las organizaciones debe constituir un esperanzador avance para ser más eficientes en la labor que realizan, pero no para desvirtuar, incluso bajo la impostura de un sucedáneo, una de las esencias de la individualidad humana proyectada a través del trabajo organizado, la ética de los valores.
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