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La convulsión causada en todos los órdenes de la vida por la pandemia del coronavirus ha sido radical. Ningún sector se ha sustraído a los efectos de tan descomunal embate. Algo inimaginable –salvo como hipótesis de un relato de ciencia ficción– hace tan solo unos pocos meses. Su repercusión –aparte del descalabro económico y las consecuencias sobre hábitos y costumbres sociales– ha tenido especial intensidad en los sistemas de salud, condicionando de forma drástica toda su actividad. El afán de afrontar los retos inmediatos de la infección viral ha obligado a reorientar el conjunto de prestaciones sanitarias. Ello ha supuesto un desafío gigantesco, pues había que evitar el colapso asistencial y garantizar una adecuada atención a los pacientes con otras enfermedades. Una contingencia esta última de notable interés, en lo concerniente al colectivo de afectados por un cáncer. De manera imprevista, un invitado indeseable ha venido a sumarse a los no pocos inconvenientes de la propia enfermedad. Ahora tenemos una excelente oportunidad de afrontar esta situación específica, al conmemorarse mañana, 19 de octubre, el Día mundial del Cáncer de Mama, uno de los tumores con mayor repercusión en el contexto social, que afecta con particular intensidad a la mujer.

Nuestra reflexión se basa en analizar cómo está afectando la pandemia a los pacientes oncológicos –más allá de datos superficiales–, evaluando de manera imparcial un panorama real de cuanto está sucediendo. Hasta ahora, el impacto del coronavirus sobre los enfermos con cáncer se basa en descripciones clínicas con un bajo nivel de evidencia. Las conclusiones son un tanto empíricas, más que nada por carecer de perspectiva temporal para establecer resultados firmes y no sesgados. Se impone interpretar con cautela conjeturas derivadas de sospechas e intuiciones, por comparación con episodios parecidos. Estamos en un escenario pandémico que lleva a intuir que los pacientes oncológicos, por las condiciones de sus defensas inmunitarias, podrían tener mayor riesgo de infectarse. Hablar del cáncer en general es equívoco, por no tratarse de una población homogénea, ya que la enfermedad ofrece más de doscientos tipos diferentes, cada uno con sus peculiaridades.

En el caso del cáncer de mama, la literatura científica mundial de mayor solvencia señala la ralentización de las pruebas de diagnóstico, dadas las precauciones universales para evitar el contacto físico en áreas dedicadas al cribado masivo. Tal es el caso de las mamografías de detección. Una actividad esta que, en nuestra Comunidad, se reanudó tras la suspensión del estado de alarma, aplicando estrictos protocolos para evitar la posibilidad de contagios, si bien con la lentitud derivada de las medidas higiénicas que es preciso adoptar.

La AECC ha puesto en marcha diversas iniciativas solidarias y ha previsto un fondo extraordinario de 3 millones de euros

El cambio asistencial apuntado ha repercutido indirectamente en pacientes con cáncer de mama, con demoras indeseadas (aunque no intencionadas), cuando no comportaban especial gravedad. Y lo mismo en la cirugía sin urgencia vital. También por parte de los enfermos, las lógicas reticencias han retrasado la demanda de atención, como la asistencia a pruebas diagnósticas o revisiones periódicas, según se hacía en tiempos de normalidad. Puede que estuvieran imbuidos por la percepción de presentar mayor riesgo de contagiarse. De ahí que evitaran en lo posible, por pura precaución, acudir a los centros sanitarios. Tampoco es desdeñable la repercusión apreciada sobre el necesario equilibrio y fortaleza psicológica, derivados del confinamiento y el aislamiento social, en un terreno abonado por la repercusión del cáncer sobre la biografía personal. Cabe apuntar, asimismo, las consecuencias de la pandemia sobre algunos ensayos clínicos, ralentizados o enfocados hacia nuevas estrategias para acabar con la pandemia viral.

Para abordar este complejo escenario y minimizar sus efectos, desde la Asociación Española Contra el Cáncer se apoya al colectivo cercano a las treinta mil mujeres que cada año padecen cáncer de mama en España. En un escenario pandémico en el que se barruntan notables repercusiones económicas, desfavorables para toda la sociedad. Se trata de una realidad flagrante que debemos tener muy presente. Para mitigarla, la AECC ha puesto en marcha diversas iniciativas solidarias y ha previsto un fondo extraordinario de contingencia de tres millones de euros, para ayudas sociales a enfermos con cáncer. Señalemos, como dato igualmente positivo, el aumento notable de la supervivencia en los últimos treinta años en el caso específico del cáncer de mama –en algunos casos llega al noventa por ciento a los cinco años–, gracias a las inversiones en investigación, merced a la solidaridad colectiva. Hay veinticuatro proyectos en marcha sobre este tipo de cáncer.

En este día tan representativo dedicado al Cáncer de Mama, privados como estamos del acostumbrado contacto social, cabe perseverar en mensajes de esperanza para todos los afectados: enfermos y familiares.

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laverdad El reto asistencial ante la Covid-19