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Llego al episodio V sabedor de que perdimos la guerra, pero no todas las batallas. España, con una mortalidad de 523 fallecidos por millón de habitantes, frente a los 186 de Estados Unidos, los 95 de Portugal o los 76 de Alemania, claramente ha perdido su guerra. Si sumamos cómo se han ido esas vidas, en soledad y sin sus familiares, la derrota resulta aún más dolorosa y las heridas más profundas. Sin embargo, no todas las batallas se han perdido y esto debería ser una oportunidad. Así, la Región de Murcia ha librado su batalla con una mortalidad de 89 por millón de habitantes, nada que ver con los 1.234 de la Comunidad de Madrid.
Y ahora, con las cifras de bajas en descenso, empezamos a pensar en el repliegue, mal llamado desescalada, allí donde la batalla lo permite. Nunca una retirada tuvo tanto riesgo. Estamos ante otro momento clave, donde si cometemos los mismos errores estratégicos que en el inicio de esta guerra, las consecuencias podrían ser aún peores tanto en lo sanitario, más fallecidos, como en lo económico, deterioro social. En mi opinión, dos decisiones son claves. La primera, que el proceso sea individualizado por regiones; y la segunda, que se monitorice estrechamente.
Es evidente que la situación es diversa en las diferentes regiones, no solo por afectados y gravedad, sino por estructura demográfica y socioeconómica. El Gobierno central debería establecer las grandes reglas y coordinar, pero los gobiernos regionales deberían tener margen de maniobra y asumir responsabilidades en todo este proceso. Esto permitiría que unas regiones aprendieran de otras y, si prevalece el criterio de colaboración mutua, debería permitir limitar las consecuencias sanitarias y socioeconómicas.
Existen aspectos muy relevantes en este repliegue que deberían estar claros y no parecen estarlos. El primero, el uso obligatorio de mascarillas básicas en toda la población durante esta fase, pues puede permitir minimizar enormemente los riesgos en espacios cerrados y facilitar su apertura. El segundo, facilitar la actividad social y económica en espacios abiertos, donde el riesgo es mucho menor. El tercer aspecto merece un trato aparte, pues cuesta entender que la lección del diagnóstico precoz aún no esté aprendida. En mi segundo episodio, allá por el 15 de marzo, hablaba de la necesidad de usar la detección precoz aún sin síntomas, los test, para prevenir la enfermedad. A fecha de hoy, mes y medio después, esto sigue sin conseguirse, y de nuevo resulta fundamental en el repliegue.
El repliegue debe ser monitorizado, pero no a base de contabilizar ingresos en los hospitales o fallecidos (esto es ir por detrás del problema), sino controlando el estado viral de cada individuo. La confusión generada sobre la fiabilidad de los test rápidos es total, las diferencias de uso entre comunidades autónomas, preocupante y, lo que es peor, la falta de un acceso libre a ellos por parte de sociedad y empresas, alarmante. Respecto a la fiabilidad, debemos asegurar la mayor posible, pero no existe test sanguíneo infalible. Si se da un falso positivo no es problema, porque más vale pasarse en detección o sensibilidad y la PCR lo aclarará. Si se da un falso negativo, pero se mantiene la protección individual, es el mismo problema que si no se hace el test. Si sale un verdadero negativo o positivo, es información correcta, evitaremos muchos contagios y conoceremos la situación para gestionarla. En conclusión, lo malo no es que los test no sean perfectos, lo malo es no hacer test y un repliegue a ciegas.
Estoy convencido de que la mayoría de empresas estarían dispuestas a hacer un test semanal a sus trabajadores, pues redundaría en un nivel de seguridad y monitorización muy por encima a no hacer nada. Si además se cuenta con un registro oficial, mejor aún; algo nada descabellado pues, de hecho, todos tenemos un carnet de vacunación desde que nacemos. Disponer de test accesibles repetidos sería un escenario ideal, lo que no es imposible considerando su coste. Pongo un ejemplo: un restaurante al aire libre, con trabajadores todos ellos con test negativos en la última semana, sirviendo con mascarilla, mesas separadas por mamparas o a más de dos metros.
Por tanto, puede que la guerra la hayamos perdido, pero no todas las batallas. Ahora toca un repliegue en batalla, en el que el tiempo sigue siendo increíblemente valioso, son vidas y un deterioro socioeconómico amenazante. En momentos como estos es cuando los verdaderos líderes demuestran su valor y capacidad real y, más allá de ideologías, el tiempo será quien haga un juicio inexorable a todos ellos. Espero que este repliegue sea una victoria para todos.
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