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La fiesta, una de a las que rarísimamente he acudido en toda mi vida, se desarrollaba dentro de lo esperable entre chicos sanos, sin drogas (o eso creo), alguno con tal vez cierta afición por el alpiste, con caras inequívocas de ser de derechas. Hacía ... tiempo que había caído la noche y alguno enseñaba las vistas de Murcia a alguna desde algún rincón oscuro del macrochalet que sobrevuela el Santuario de la Fuensanta. De pronto la vi. Estaba seguro de que era ella, una desconocida. Se servía algo con hielo. Sus ojos claros hicieron que el mundo desapareciese alrededor. Amparo Martínez-Vidal, hermana de Ana, me miró y yo me sumergí en su mirada durante cerca de dos semanas. La química mutua era tan delicada como brutal, una fuerza exterior a mí que llegaba del Cosmos.

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