Secciones
Servicios
Destacamos
La fiesta, una de a las que rarísimamente he acudido en toda mi vida, se desarrollaba dentro de lo esperable entre chicos sanos, sin drogas (o eso creo), alguno con tal vez cierta afición por el alpiste, con caras inequívocas de ser de derechas. Hacía ... tiempo que había caído la noche y alguno enseñaba las vistas de Murcia a alguna desde algún rincón oscuro del macrochalet que sobrevuela el Santuario de la Fuensanta. De pronto la vi. Estaba seguro de que era ella, una desconocida. Se servía algo con hielo. Sus ojos claros hicieron que el mundo desapareciese alrededor. Amparo Martínez-Vidal, hermana de Ana, me miró y yo me sumergí en su mirada durante cerca de dos semanas. La química mutua era tan delicada como brutal, una fuerza exterior a mí que llegaba del Cosmos.
Celebramos mil cenas en unos pocos días. La conversación fluía como si hubiésemos empezado a hablar desde que Sócrates enseñaba a sus discípulos. Yo podía ser yo mismo y ella podía ser realmente ella (me venía a la cabeza lo que dijo Montaigne sobre su inconsolable amistad con De La Boétie: «porque él era él, porque yo era yo»). Era arquitecto y había diseñado el pabellón de Murcia en una feria del agua celebrada en Zaragoza, en los siempre iluminados tiempos de Zapatero; un acontecimiento que contó con la participación de intelectuales que decían no tirar de la cadena al hacer pipí por las mañanas para no malgastar agua, bien escaso. Era una chica con talento, sensible, dulce y sin embargo no empachosa como una tarta de manzana a la inglesa (la única digna de ser tenida en cuenta). Hija de una familia bien que vivía cerca de la plaza redonda. Descubrí que su hermana Ana, a quien respetaba aunque marcando sus diferencias de carácter, era aquella chica también rubia y sonriente, aunque menos delgada que Amparito, que yo veía como novia de mi amigo Mariano Pérez Ródenas, y él me la había presentado en un fantástico restaurante coreano. Fueron dos de las mejores semanas de entre los pocos meses realmente dichosos de mi vida. Todo acabó cuando, a pesar de mi morosidad en demorar el instante inevitable, hubo que intimar de puertas para adentro. Se esfumó la química, las irresistibles fuerzas exteriores dejaron de llevarme de su mano. Nunca he comprendido qué pudo ocurrir para que toda aquella magia se quedara en un patético individuo intentando sacar un conejo de un sombrero mientras es silbado desde la platea. Ya no nos vimos, debido a mi vergüenza.
Me dijeron, no sé si es verdad, que ella se había hecho simpatizante de Podemos, y en ese caso tal vez algún día estuvo a punto de atropellarme accidentalmente con un patinete. Ana llevó desde entonces una agitada vida sentimental –algo que desde luego no soy yo quien pueda criticarlo– y ahora ha salido en toda España por no sé qué de una moción de censura. Amparito está en mi corazón y por ella tengo debilidad por esa familia. A ver si me explican qué es eso de la moción y todo ese escándalo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.