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Cómo reconocer a los guiris

Sufrimos las contrariedades de la gentrificación, que convierte el centro de las ciudades en residencias transeúntes

Lunes, 10 de febrero 2020, 09:01

Diré como cuestión previa que me refiero especialmente a los turistas ingleses que nos visitan o viven entre nosotros. Porque, aunque alemanes, franceses y nórdicos sean también guiris, estos tienen connotaciones especiales que los distinguen de los británicos. Los franceses, en el imaginario popular, son 'gabachos' o 'franchutes', y se les trata con cierta frialdad, como suele ocurrir entre países vecinos; los suecos tienen tendencia a hacerse el idem, no dándose por enterados de lo que debieran saber, y los alemanes inundan las Baleares con hordas de jóvenes, tantos que se cuenta que el Estado alemán albergó, hace años, el propósito de comprar la isla de Mallorca, algo semejante a lo que el tosco Trump quiso hacer recientemente con Groenlandia.

Aunque de apariencia foránea, guiri es voz española derivada de cristino, que era como llamaban los carlistas a sus enemigos, seguidores de la reina Cristina, en las guerras civiles del XIX. Cristino se vasquizó en guiri, conservando la primitiva idea de designar displicentemente a alguien del otro bando, en este caso los forasteros que nos visitan.

Los guiris británicos se reconocen porque en aceras y paseos acostumbran a circular por la izquierda, entorpeciendo el paso a los demás viandantes y tropezándose con ellos. Suele vérseles a la puerta de los restaurantes consultando el menú y los precios, en evitación de cuentas demasiado abultadas con que algunos desaprensivos castigan a los turistas ingenuos. Un español jamás se detiene ante la lista de precios, no sea que lo tilden de pobre o de guiri. Tenemos más orgullo que don Rodrigo en la horca, quien rogaba al verdugo que le acomodase bien la soga para que no le estropeara el cuello de la camisa cuando lo colgase.

Algunos suelen andar con calcetines y sandalias en verano, quizá para no resfriarse. En invierno, ellas, incluso en edad provecta, visten prendas de colores llamativos, algo no usual entre las nacionales. Suelen ser buenos vecinos, aunque, salvo casos ocasionales, no generan amistades indestructibles. Eso sí, aunque lleven décadas aquí, parecen haber hecho promesa de no aprender el idioma porque parecen convencidos de que somos nosotros quienes debemos aprender el suyo. Por eso, en tiendas, hospitales, oficinas, mercados y establecimientos públicos esperan que les hablemos en inglés, como si fuera nuestra obligación conocerlo. Parecen vivir en un pasado imperial en el que las colonias hablaban la lengua de la metrópoli.

En las playas sufren dolorosas quemaduras tras la exposición imprudente al sol español, por lo que lucen el peligroso 'rojo gamba', tan dañino para la piel. Edifican casas en lugares inverosímiles y bellos, alejados del bullicio, y suelen adaptarse a la idiosincrasia del territorio, respetando su arquitectura, la integración en el paisaje del entorno y los tipos de vegetación autóctona (es decir, no plantan jardines con eucaliptos ni césped, ni edifican chalets con tejas de pizarra en pendiente para cuando nieve, sino con la cubierta moruna apropiada para estos sequerales).

A veces, tras una vida entre nosotros, ganados por la bondad del clima, la sanidad pública, la comida y la bebida (más baratas, en especial la bebida, exenta de los enormes impuestos de su país), los paisajes, que quizá les recuerdan sus lejanas colonias, y la hospitalidad general, se quedan a vivir definitivamente.

Si son jóvenes, muchos guiris suelen venir en manadas a la costa, donde cometen todo tipo de tropelías, comportamiento que las autoridades de su país les vetan, como molestar a los vecinos, armar bronca a deshoras, beber en todo tiempo y lugar (ellos inventaron la 'happy hour', hora feliz en que cuesta más barato embriagarse). A pesar de tan masiva presencia, dejan escasa ganancia, pues lo que invierten lo acaparan los touroperadores contratados en origen. Nosotros aportamos, en cambio, las molestias y los trabajos más precarios de la economía global: camareros, trabajadoras de hotel, guías turísticos, vendedores de playa, acomodadores de tumbonas... Igualmente, sufrimos las contrariedades de la gentrificación, que convierte el centro de las ciudades en residencias transeúntes con la expulsión de los vecinos autóctonos y la transformación de sus hogares en apartamentos turísticos.

Algunos, cuando la ebriedad les nubla las entendederas, juegan a lanzarse desde la terraza de los apartamentos hoteleros a la piscina, dejándose los sesos en el suelo. Son casos tan abundantes y tan acentuado el grado de estupidez, que han creado tendencia y un término pseudoinglés para designarla: 'balconing'.

Y, en fin, por no parecer tendencioso, diré que algunos de estos guiris se han interesado seriamente por nuestro país y su idiosincrasia. Son hispanistas que, atraídos por el espíritu español, han elaborado certeros estudios sobre historia y costumbres que gozan de general estima. Relevantes figuras como Payne, Preston, Carr, Gibson (irlandés) o Gerald Brennan, entre otros. Pero son tan escasos que no logran contrarrestar los desmanes de algunos de sus compatriotas.

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