Secciones
Servicios
Destacamos
Lo ocurrido a lo largo de este año muestra que los sistemas sanitarios europeos, que figuran entre los mejores del mundo, entre ellos el español, no están preparados para afrontar epidemias no tratables. El motivo no es la falta de calidad de los asesores médicos, ni la ineficacia de algunos gobernantes, ni la irresponsabilidad de muchos ciudadanos (o no solo esos tres factores), sino que no se ha planteado en Europa una situación parecida desde hace muchas décadas. La tuberculosis, el cólera, la viruela, el sarampión y la poliomielitis causaban numerosas bajas en la población sin necesidad de remontarse hasta la época de la peste negra, pero la situación cambió drásticamente en las primeras décadas del siglo XX gracias a las vacunas y a los antibióticos.
La enfermedad causada por el actual virus combina una letalidad moderada con una alta contagiosidad debido a la colaboración de dos proteínas virales, una que actúa como llave para entrar en la célula y otra que la ayuda, logrando que pueda proliferar en las mucosas nasales sin necesidad de llegar a los pulmones, pero, sobre todo, sin tratamiento curativo radical.
Los especialistas sanitarios han aprendido bastante en este año qué hacer con los enfermos y ahora la tasa de pacientes que fallecen es menor que en marzo, pero seguimos sin un remedio definitivo; además, cabe esperar que en el próximo año se concrete y distribuya algún tipo de vacuna, pero mientras tanto hay que procurar contener la epidemia. El modo racional de abordar ese problema es basarse en la teoría de las redes epidemiológicas. En general, una red está constituida por nodos conectados por líneas carentes de bifurcaciones, aunque a un mismo nodo pueden entrar varias líneas y salir más de una.
En nuestro caso, las líneas representan las vías de contagio y los nodos los depositarios de contagiados, en el bien entendido que dentro de cada nodo el virus se puede propagar. Podemos elegir los nodos de la epidemia de varias maneras y cada una de esas elecciones tendrá sus ventajas y sus inconvenientes. Si optamos por equiparar cada país, cada autonomía, o cada ciudad, a un nodo, la medida procedente será cerrar las fronteras, pero eso no evitará que el virus se propague en el interior de los territorios ya contaminados; si optamos por los barrios se logrará que algunos de ellos sufran menos la epidemia, pero en los otros se agudizará; si elegimos confinamientos horarios o profesionales se reducirá el contagio general, pero nunca totalmente, y además causaremos un daño económico profundo a los sectores correspondientes.
Los especialistas en salud pública de la Universidad John Hopkins han determinado que la mayoría de los contagios ocurren en el interior de los domicilios familiares y en la residencia de ancianos, que serían entonces los nudos críticos. Resulta factible aislar las residencias, pero no tanto compartimentar los domicilios particulares, y eso por dos motivos: no hay forma de controlar que los contaminados guarden la cuarentena, y de hecho muchos no la cumplen, y el primer contaminado de la familia pegará la enfermedad al resto, a no ser que extremen las precauciones y, aun así, habrá hogares que por motivos arquitectónicos fracasarán.
La única solución efectiva, aunque muy drástica, contra la pandemia sería considerar a cada individuo un nodo y, en consecuencia, confinar a los infectados en edificios sometidos a un control que evitase entradas y salidas innecesarias. Para esto podría ayudar establecer un acuerdo con la excelente red de hoteles que posee España para convertirlos transitoriamente en residencias de covidosos sin posibilidades hogareñas de confinarse eficazmente, o voluntad de hacerlo. Eso eliminaría con mucha eficacia la propagación del virus, facilitaría la atención médica a los asintomáticos, su tratamiento precoz caso de que empeorasen, trasladándolos a instalaciones sanitarias si fuera necesario, y además mantendría el empleo en un sector fundamental para la economía española, pues los cocineros, limpiadores y demás personal seguiría teniendo unas labores útiles a realizar.
Para lograrlo sería necesario que el Gobierno español, en colaboración con los regionales, subvencionase la operación, aunque ahorraría otros costes, como los de paro o los ERTE, en la medida suficiente para que fuera económicamente viable; en cualquier caso, causaría menos daño a la economía general, pues los no contaminados podrían seguir trabajando normalmente.
Ignoro si existe base legal que permita tal especie de traslado residencial de los enfermos, transitorio pero forzado, pero aun suponiendo que fuese necesario recurrir al estado de excepción, yo pediría a los partidos españoles de implantación general que estudien esta posibilidad porque, si no fuera radicalmente inconstitucional, merecería la pena ensayar esta modesta pero atrevida opinión. Si los partidos regionales quisieran sumarse, bienvenidos sean, pero también sin ellos sería factible, pues en conjunto representan una limitada parte de la población.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.